VOLVER

Este relato es la segunda parte de la vida de Pádraig que comenzó con «El viejo del pueblo«. Está basado en la vida de mi padre, Paddy Ahumada Gallardo pero no es su biografía que es bastante más amplia e interesante que lo que veréis en este relato. Espero que os guste.

Dedicado a todas esas personas que a pesar de sentir miedo, actúan y cambian el mundo.

Fantasmas.

Hacía ya varias noches que se despertaba asustada. Estaba segura de que oía ruidos y pasos en su habitación, pero cuando abría los ojos no había nadie. Elena tenía nueve años y se arrepentía constantemente de haber leído la revista El Siniestro Doctor Mortis, que le dejó la hija de un vecino que tenía dos años más y seguramente podía leer cómics de terror sin tener constantes pesadillas. Desde entonces se despertaba por las noches al oír ruidos extraños en la casa.

Un sábado por la mañana su madre le preguntó porqué estaba tan cansada y se lo contó todo. Esta le dijo que dejara de leer tonterías que le hacían pasar un mal rato, esas revistas eran para adultos. Todo hubiera quedado allí si no fuera porque justo en ese momento su padre entró en la cocina y su madre le contó lo que le había pasado. Elena estaba segura que su padre le iba a decir lo mismo y además la echaría una pequeña bronca, pero el corazón de Elena dió un vuelco cuando vió que su padre puso cara de susto, y cara de susto de verdad. Como cuando se enteró que a su hermano le había pillado un coche y estaba en el hospital.

El Siniestro Doctor Mortis

—Papá, ¿Hay fantasmas de verdad en casa?— le preguntó a su padre agobiada. Su padre la miró, respiró profundamente y le dijo que no. Que los fantasmas no existían.

—Pero yo los oigo por la noche—

—Son los ruidos de la casa al enfriarse. Ya sabes que las casas crujen por la noche.—

—Por favor papá, que tan pequeña no soy. Son pasos y ruidos como si mueven algún mueble. La casa no suena así.—

—Mira. Como mañana es domingo, esta noche te puedes quedar leyendo. Si oyes cualquier ruido extraño me avisas y me quedo un buen rato en tu habitación acompañándote. Pero nada de leer las tonterías esas del Doctor Mortis.—

—¡Sí! Gracias papá.— le contestó Elena y le dió un abrazo.

No hubo necesidad de que su padre viniera. Elena estuvo leyendo el último Mampato hasta tarde y no oyó ningún ruido extraño. Cayó rendida sin darse cuenta y durmió de un tirón hasta el día siguiente.

Los monstruos sí existen, pero no todos son monstruos.

Pádraig se sobresaltó al oír un ruido en la habitación. Era sábado por la tarde y se suponía que no había nadie en casa ya que toda la familia había salido. Se giró y vió como la trampilla de entrada en el suelo se abría y aparecía Miguel, el dueño de casa.

—¿Pasa algo? Pensaba que habian ido a ver a su madre.—

Miguel se sentó en la cama, ya que solo había una silla en el pequeño ático y un poco cortado le dijo.

—Disculpe compañero, pero he tenido que volver para pedirle que haga menos ruidos. Mi hija, que duerme justo debajo, le oye por las noches. Menos mal que piensa que es un fantasma y no se ha dado cuenta que aquí hay alguien.—

—Perdone usted compañero y no se preocupe. Trataré de no moverme mucho. Agradezco que me esconda en su casa y soy muy consciente del peligro que corre al hacerlo pero… me ayudaría si me trae algún otro libro, porque Asimov ya lo tengo muy leído.—

—Será un placer compañero y disculpe las molestias. Sé que está siendo muy difícil, pero no podemos arriesgarnos a que alguien sepa que usted está aquí. Ni mi mujer sabe lo peligroso que es todo esto. No se lo he dicho.—

Después de que Miguel se marchó, aproveché para caminar. Casi todo el rato medio agachado por la altura del techo, pero necesitaba hacer ejercicio. Después cogí el colchón y lo puse en el suelo. El somier de la cama hacía mucho ruido cuando me movía y no podía correr el riesgo que la niña me oyera. Desmonté el somier y lo puse en una esquina para después sentarme en la silla y seguir leyendo “Segunda Fundación”. La tercera parte de la trilogía de Asimov.

Por la noche cuando escuché a los niños gritar buenas noches, con mucho cuidado me tumbé en el suelo y pensé en la situación en que estaba. En el ático de una casona de Valparaíso sin ver a un alma ni hacer ningún ruido y poniendo a toda una familia en peligro. El proceso de persecución, tortura y muerte que seguian metodicamente los militares chilenos causaba terror en algunas personas que se derrumbaban y eran capaz de cualquier cosa con tal de que no les hicieran daño, pero en otros como Miguel y su mujer, creaba una sensasión de comunidad y unión con todas las personas de izquierdas perseguidas por la dictadura. Por eso habían abierto sus puertas y yo estaba aquí.

Cerré los ojos y recordé que cuando me sacaron de la oficina salitrera de Chacabuco, que la dictadura había convertido en campo de concentración, me llevaron a la cárcel de Valparaíso. Era una cárcel normal con presos comunes que resultaron ser mucho más humanos y cercanos que cualquier policía o militar. Inclusive, sin que los prisioneros políticos nos enteramos, crearon un círculo de protección a nuestro alrededor para que los problemas internos de cualquier cárcel, no nos afectarán. Un día vi cómo un grupo de ellos se llevaban a uno a una celda y le daban una paliza. Cuando pregunté porqué hacían eso a un hombre mayor que lo estaba observando, me contó que el tipo ese era quien se había chivado a los guardias y por eso habían allanado mi celda. Efectivamente una semana antes los guardas habían desmontado toda la celda buscando algo. Solo encontraron un viejo libro de Marx que la familia de un compañero logró pasarle y este me lo había dejado a mí.

—Pero si al final no pasó nada. ¿Deberían pegarle así?— le pregunté.

—Usted no se preocupe por esto. Es cosa nuestra. Ese güeón es un chivato y esas cosas no las aceptamos.— me contestó cerrando la conversación. Tiempo después me dijeron que el señor mayor ese, era una especie de líder de los presos comunes y nos había cojido bajo su protección. Me imaginé que él o alguien cercano a él era de izquierdas, pero la verdad es que ni yo ni nadie más supimos porqué nos había protegido.

Unas semanas más tarde el hecho de que yo estaba allí se hizo oficial y mi mujer se enteró y pidió una visita. Desde que a ella la habían soltado del Lebu me había estado buscando pero nadie le decía donde estaba. Llegó con mis dos hijas y mi hijo, a los que muchas veces antes pensé que no volvería a ver, pero que allí estaban, sonriendo pero con cara de afligidos. Mi mujer me puso al día de la situación de mucha gente, incluyendo muchos amigos muertos y empecé darme cuenta de la terrible escala de todo lo que estaba ocurriendo, pero todo eso no me quitó la alegría de por un rato ver a mi mujer y mis peques.

Había pasado más de un mes de la vista de mi familia cuando me enteré que me llevarían para ser interrogado y condenado por un juez militar. Me sacaron de la cárcel engrillado de pies y manos y me subieron a una camioneta de la armada de techo abierto. En todo el trayecto bajando de la Loma de Elías al centro, absolutamente nadie me miró. Ni siquiera cuando parábamos en algún semáforo y las personas pasaban a pocos metros de mi. El miedo ya controlaba la vida de la gente. Llegamos a los tribunales navales en la Plaza Prat en el centro de Valparaíso y entramos a una de las salas. La interrogación y posterior condena la haría el Fiscal Naval de la Comandancia en Jefe de la Armada. Yo no esperaba nada bueno hasta que vi que en el estrado estaba Álvaro Santamaría, un exalumno del Colegio Patmos. Me miró e inmediatamente le cambió la cara a una de enfado. “Mierda” pensé, pero lo que él dijo fue:

—¡Saquenle inmediatamente las cadenas al prisionero!—

Los gendarmes sorprendidos, me las quitaron rápidamente y se cuadraron mirando al mando superior que les observaba enojado.

—Retirense y acérquese Sr. Pádraig—

Me acerqué cambiando mi postura a una de lenguaje corporal seguro de mi mismo.

—¿Y qué haces aquí Álvaro?— le dije usando voz y tono de profesor. Ya sabía que cuando un alumno se encuentra con un antiguo profesor sin querer se adopta la actitud de alumno profesor. Sabiendo esto le traté como alumno y no como al fiscal que tenía mi vida en sus manos.

“Siéntese por favor señor Pádraig. Perdone usted como le han tratado los gendarmes.”

“No te preocupes, Álvaro”

“Bueno Pádraig. ¿Por qué está usted aquí?”

—Bueno Álvaro, eso lo sabes tú mejor que yo. Porque yo no he hecho nada. Absolutamente nada. He sido funcionario de CORFO, en educación de los trabajadores. No he estado metido en nada. — Le dije con un tono cercano pero formal que usaba en clase con mis alumnos. La verdad era que había tenido cargos de responsabilidad en el PS, así que obviamente había hecho cosas, inclusive algunas para la defensa como la formación a grupos de jóvenes de las Juventudes Socialistas en el uso de explosivos. Cosa que aprendí de mi padre, trabajando juntos en la mina en la que estuve unos años. Pero el fiscal no sabía nada de eso.

—Efectivamente señor Pádraig he estado mirando su expediente y no hay nada raro. Le voy a contar una cosa. Me asignaron su caso y cuando ví su nombre fuí donde mi superior y le expliqué al señor Aldmirante que yo había sido alumno suyo, siendo usted mi profesor de matemáticas y física. Así que le pedí, con todos mis respetos, que me relevara de este caso y asignase a otro fiscal. La única respuesta que tuve fue “Usted solamente cumpla con su deber. Retírese.”. Es lo que he hecho al estudiar su expediente y he decidido dejarlo en libertad.—

No me lo creía. ¿Podía ser así de fácil? Álvaro cumplió su palabra y tres días más tarde fui puesto en libertad.

Clandestino

Al salir descubrí que tenía ofertas de trabajo en México y en Venezuela, pero decidí quedarme en Chile. Años después mirando atrás me dí cuenta que ese fue el momento cuando lo perdí todo ya que decidí integrarme en la lucha clandestina. Trabajé con Exequiel Ponce en Santiago, poco a poco tomando más responsabilidades y llegando a ser Secretario General de Organización, responsable del dinero. Pensaba que algo podríamos hacer ya que teníamos la esperanza de la memoria histórica de los Chilenos pero todavía no teníamos visión del alcance y número de asesinatos que las fuerzas armadas estaban llevando a cabo. Hoy en día le llamarían genocidio.

Las Fuerzas Armadas eran leales a la constitución según Allende. Pero en el PS no creían eso, aunque el PC sí. En largas conversaciones con Carlos Altamirano ya en el exilio, me dí cuenta que muchos en el PS pensaban que las FFAA eran unos traidores, que tarde o temprano iban a tratar de impedir el proceso, pero en ese momento en Chile teníamos muy poca información del alcance de la represión y pensábamos que lo que hacíamos serviría para algo.

Llegó un momento que por toda la información que tenía me convertí en alguien que no podía caer en manos de las Fuerzas Armadas, así que se decidió que debía esconderme y de un día para otro desaparecí de la circulación para todo el mundo y me escondí en casa de Miguel y su familia.

Allí tumbado en aquel colchón decidí que debía dejar esa casa cuanto antes. Si les pillaban, toda la familia de Miguel se rompería. Se rompería igual que ocurrió con la mía. No sabía casi nada de ellos. La última noticia que había recibido era que habían logrado cruzar la frontera y estaban en Argentina. No sabía nada más, pero deseaba que estuvieran bien seguros.

Miguel era profesor de matemáticas en un instituto de formación profesional y uno de sus alumnos era Marcelo. Mi contacto con el mundo exterior. Venía una vez por semana, oficialmente a clases de refuerzo con Miguel justo el día que Juana, la madre de los niños, trabajaba tarde y estos estaban en clases de música en el conservatorio. Cuando vino, le conté lo del fantasma de la niña y que no podía quedarme allí mucho tiempo sin poner a toda la familia en peligro. Estuvo de acuerdo conmigo.

Unas semanas más tarde, un día que no había nadie en casa, exactamente a las cinco, un Peugeot 204 blanco tipo furgón estaba esperándome en la puerta. Inmediatamente reconocí a la conductora. Era Azucena, mi hermana.

— ¡¿Pero qué mierda haces tú aquí?!— le pregunté enfadado.

— Deja de mirarme así y sube al auto. No vayas a llamar la atención de alguien.— Obviamente tenía razón, así que le hice caso y me senté a su lado.

— ¿Sabes lo peligroso que es lo que estás haciendo?— le pregunté controlando mi miedo y mi enfado.

— Lo sé, pero tus compañeros están cayendo por todas partes y tu contacto sospecha de un chivato. Como yo nunca me meto en nada y vivo una vida muy tranquila fui la candidata perfecta y sospecho que la única.— me contestó.

— Por favor no vuelvas a hacer una cosa así. Para revolucionarios idealistas ya estoy yo.—

Me miró con la misma cara que ponía cuando alguna de sus alumnas decía
alguna tontería, pero solo me dijo — ¿Qué pasa? ¿Ya no confías en tu hermana pequeña?—

— No se trata de eso…—

— Lo sé, pero eres mi hermano y puedo ayudar. Ahora busca en la bolsa de atrás unas empanadas de carne que hizo mamá y come algo. Estas muy delgado.—

Cruzamos Valparaíso en hora punta y nos dirigimos dirección Viña del Mar, después cogimos el camino a Quillota. No paramos de hablar y aunque a veces le preguntaba por compañeros de partido, no conocía a ninguno, pero si me puso al día de cómo estaba mamá, mis hijos y también mi exmujer. Nos separamos unos meses después de salir de la cárcel. Ahora seguía con los niños en Argentina, país en el que poco tiempo después hubo un golpe militar y la junta Argentina llegó a un acuerdo con la de Chile para perseguir chilenos de izquierdas y hacerles desaparecer o enviarlos de vuelta a Chile a un futuro incierto. Operación Cóndor le llamaron. Pero en ese momento, mientras mi hermana me sacaba de Valparaíso, nada de eso había pasado todavía y disfruté de la conversación como jamás pensé que podría con una simple charla. En un momento me entró una duda.

— ¿Hacia dónde vamos?—

— Vamos a Putaendo. Hay una compañera ya jubilada que vive allí que te acogerá. ¿No llevas un bolso o maleta?— me preguntó.

La miré sonriendo. — No hay tiempo para esas cosas. Llevo lo puesto, un cepillo de dientes, dos pares de calcetines y dos calzoncillos en los bolsillos de la chaqueta.—

— ¿Con el cepillo de dientes? Espero que los calzoncillos estén limpios.—

La carcajada de los dos fue instantánea.

Héroes

María se llamaba la amiga de mi hermana. El mismo nombre que mi madre. Vivía casi al final de la calle principal, en una casita adosada hecha de adobe de color granate y puertas y ventanas marrones, cuidada con mucho esmero. María vivía de su jubilación como profesora de matemáticas en Rancagua, pero había vuelto a la casa que le habían dejado sus padres. También recibía algo de la jubilación de su marido que había muerto pocas semanas después del golpe militar.

—Murió de un corazón roto. — me contó un día. Él era un antiguo militante comunista que luchó toda su vida para que las clases desfavorecidas de Chile tuvieran alguna esperanza, cosa que vio reflejada en el gobierno de Allende, pero la traición de las fuerzas armadas fué demasiado para él y una mañana ya no despertó.

—Es por su memoria que usted está ahora aquí.— me dijo María. —Yo nunca me he metido en política, pero no podía permitir que los milicos le pillaran. Es lo que mi marido hubiera hecho.—

Mi habitación estaba al fondo de la casa, y para llegar a ella había que pasar por un patio interior. Era amplia, con dos ventanas que daban al patio y muebles antiguos pero muy bien cuidados. El colchón de la cama era nuevo y todo estaba impecable. Me recordaba a mi juventud en la casa familiar en Rancagua. Aunque no podía acercarme a las ventanas que daban a la calle, tenía la libertad de moverme por la casa y el patio y conversar con María. Pero un placer inesperado fue encontrar los libros de Juan Carlos, el marido de María. Desde mecánica de coches, pasando por astronomía, ciencia ficción y llegando a Marx. Todo un tesoro.

Una mañana María me pasó un sobre. Una mujer extraña se lo había dado.

—Se acercó a mí como si me conociera. Me dió el pésame por Juan Carlos y me dijo que deberíamos vernos más seguido. Cuando nos despedimos, se acercó para darme un beso y me susurró al oído que había dejado un sobre en mi bolsa de la compra para usted. Me dijo que se llamaba Ida.—

Ida era mi pareja por aquél entonces y si se había arriesgado de esa manera era porque algo importante había pasado. Respiré profundamente y abrí el sobre.

Habían pillado a Marcelo y le habían torturado hasta la muerte. Solo le hacían una pregunta, “¿Dónde está Pádraig?”. Marcelo sabía donde yo estaba y era obvio que no lo había dicho, porque si no ahora yo sería quien estaría siendo torturado. No dijo nada y me salvó la vida y es posible que también la de todas las personas que yo sabía estaban en la resistencia, y sabía de muchos ya que llevaba el control de las finanzas de cada uno. No sé quién se acuerda de él y tampoco sé su nombre real, ya que Marcelo era su nombre político de la resistencia. Todavía hoy muchísimos años más tarde, hay veces que cuando me ocurre una situación verdaderamente hermosa, como una puesta de Sol de esas espectaculares, un buen libro, una visita sorpresa de alguien querido o mi compañera Carmen me sonríe con una mirada llena de amor, pienso “Gracias Marcelo. Gracias.”

Red de espias

Cuando un día Ida pudo por fin venir a visitarme, me enteré de que al haber estado escondido tanto tiempo mi nombre no salía ya en las sesiones de torturas de mis compañeros, así que la presión sobre mi búsqueda y captura estaba bajando. Estuvo dos días conmigo y tuvo que volver a su rutina, no fuera que alguien lo notara y avisara a la DINA, la policía secreta. Después de algo más de un mes en esa isla de tranquilidad se decidió que ya que la situación estaba más calmada debía cambiar de sitio. Una semana después, el lunes a las ocho de la mañana debía salir por la puerta y subirme a un coche que me estaría esperando.

El día anterior agradecí a Maria el haberme protegido y a las ocho en punto abría la puerta justo cuando llegaba un coche. No me sorprendí al volver a ver el Peugeot 204 blanco. Me subí e inmediatamente Azucena se puso en marcha.

—Esto de ser agente de la resistencia se te da muy bien. — dije sin siquiera saludar. Me había sentado mal volver a verla metida en estas cosas.

—Lo sé, lo sé. Es peligroso… bla, bla, bla. Pero te vuelvo a repetir que eres mi hermano y voy a hacer todo lo posible para que estés seguro. Incluso mamá está de acuerdo.—

—Pero mamá no corre peligro. – le contesté.

—Eso lo dices porque no sabes dónde vamos.—

—¿Qué quieres decir con eso?—

—Nos vamos a casa, a Rancagua. Mamá estará contenta de verde.—

—¡Qué! ¿Pero qué tontería es esa? Es el primer lugar donde me buscarán.—

— Ida nos ha dicho que ya no preguntan por tí en las interrogaciones y en el barrio ya no vemos a los esbirros de la DINA dando vueltas constantes cerca de casa hace ya muchas semanas. No te preocupes. Estarás a salvo.—

—No deberías estar tan segura. Puede que se escondan mejor.—

—La señora Elsa de la frutería, tiene a su hijo menor, que era del MIR, desaparecido. Conoce a todo el barrio y me confirma que hace ya semanas que no hay gente rara en las esquinas mirando a todo el mundo y Juan, que era sindicalista en la Sewell pero se jubiló hace años, camina todos los días las calles a diferentes horas y hace ya un mes le pregunté si veía a los de la DINA y me dijo que no, no había rastro de ellos. Han aparecido por casa dos vecinas más, que Juan me dijo son de izquierdas, que me vienen a ver y a tomar un té y me cuentan si han visto a esa gente. Como ves, tengo mi propia red de espías y te puedo asegurar que ya no hay nadie de la policía secreta por el barrio.—

—Todo esto es mucho más peligroso de lo que imaginas. No deberías involucrar a gente desconocida.—

—Mira. ¿Sabes lo que ha pasado? Es que estas personas tienen familiares y amigos desaparecidos o muertos. No saben por qué me interesa saber si la secreta está por el barrio o no, pero solo con informarme se sienten útiles. Sienten que aportan su granito de arena en la lucha contra estos milicos traidores.—

Allí metido en el tráfico del lunes por la mañana entre San Felipe y Santiago, Pádraig sintió un orgullo enorme por su hermana. Él sabía que estaba hecha de una pasta especial, que nunca salía a relucir, excepto en raras ocasiones. Con personas como ella y su red de espías de adultos mayores, estaba seguro que algún día el hombre libre caminaría por las grandes alamedas. Solo esperaba verlo.

Rancagua

Llegar a la vieja casa familiar me hizo sentir una extraña sensación de seguridad. Obviamente sabía que no era real ya que si la DINA se enteraba que estaba allí, esas viejas paredes de adobe no les detendrían, pero de todas maneras me sentía seguro.

María, mi madre, que había empeorado de salud, revivió al sentir que tenía que cuidarme. Se encargó de todas las responsabilidades de casa lo que también favoreció a mi hermana, que podía ir a trabajar con tranquilidad como profesora de matemáticas en el Liceo de Niñas de Rancagua.

Al principio conversamos y conversamos durante días con mi madre y pasados unos días ya retomamos la rutina. Mi hermana permitió visitas solo cada dos semanas, no fuera a ser que algún vecino se diera cuenta que entraba y salía más gente de lo normal. Sobre todo porque mi madre casi nunca quedaba con conocidos en casa. Ida me informaba de las compañeras y compañeros que caían, pero también de cómo estaban mis hijos en Argentina. Mi ex mujer estaba haciendo los papeles para que le dieran el estatus de refugiada a ella y los niños, con la esperanza de salir de allí, porque con el golpe de estado de Videla, el país se había convertido en un sitio peligroso para los chilenos de izquierdas.

A pesar de que ya no me buscaban activamente, un día Ida, mi compañera, llegó con la noticia que debía salir de Chile inmediatamente. Principalmente porque aunque mi búsqueda ya no era prioritaria, seguía teniendo suficiente información interna que bajo ninguna circunstancia podía caer en las manos de la dictadura. Un mes más tarde una persona de la embajada de Finlandia vino a buscarme una mañana. Me despedí de mi hermana y de mi madre con lágrimas en los ojos ya que no sabía si volvería a verlas algún día.

—Se fuerte.— me dijo mi madre. —Ya verás que no tardaremos mucho en vernos.—

El finlandés, que resultó tener cargo diplomático, me llevó a su casa en su coche personal y al otro día temprano me llevó al Registro Civil para sacar un pasaporte de urgencia que me permitiría salir, pero no volver. Me contó que todo había costado cien mil dólares que la República Democrática Alemana pagó al Ministro del Interior. Específicamente a los bolsillos del General Benavides para que sacarán mi nombre durante seis horas de los controles de aduana y yo pudiera coger un vuelo de Lufthansa dirección a Alemania. Quién hubiera imaginado que la corrupción que llevó a esos generales a vender su país a intereses norteamericanos, sería la misma que me permitiría salir con seguridad de mi país.

El avión salía a la una de la tarde y yo debía de estar exactamente a las 11 de la mañana en el aeropuerto pues entre las 10 de la mañana y las dos de la tarde era cuando mi nombre ya no aparecería en los controles de aduana, policía y ejército. Para mi sorpresa el avión estaba vacío. Yo era el único pasajero. Ante mi extrañamiento se acercó el capitán y en Inglés pero con un fuerte acento alemán me dijo, “Señor Ahumada, usted está en territorio alemán. Aquí nadie le puede tocar.”, pero yo sabía perfectamente el poco respeto que los militares chilenos tenían de las leyes y reglas, así que no me tranquilicé hasta que aterrizamos en la primera escala, Perú, desde donde continuamos vuelo a Nueva York. Allí nos encontramos doce personas ya que se nos unieron dos familias con todos sus niños. Nos encerraron en una habitación sin ventanas y dos puertas hasta que salimos dirección Hamburgo.

Durante el vuelo, después de comer la cena que nos dieron fui al baño y por el camino me crucé con los dos padres de familia que estaban charlando. Al cruzarme con ellos uno me preguntó —Perdone que le pregunte, pero ¿usted también va expulsado del país?—

—Sí— le contesté —Yo he sido dirigente socialista—.

—¡Compañero! Pero qué alivio. Nosotros creíamos que era un agente de la DINA que nos venía a sapear a nosotros—.

Resulta que eran dirigentes campesinos de San Fernando donde había poderosas federaciones campesinas. Los dos eran comunistas pero jamás habían viajado en avión. Me contaron que tenían un problema y es que ellos y los niños estaban pasando mucha hambre. No tenían dinero y cada vez que les ofrecían algo de comer pensaban que había que pagar la comida que con tanto niño seguro que no les llegaría, así que la rechazaban. La alegría fue mayúscula cuando les dije que en esos vuelos la comida era gratis. Así que en Inglés le conté la historia a una azafata que con una sonrisa me dijo que les llevaría comida inmediatamente. Un gran banquete para todos a más de diez mil pies de altura en medio del océano Atlántico.

Ellos se quedaron en Hamburgo donde fueron recibidos como héroes por amigos y autoridades. Yo seguí camino a Dinamarca donde cuatro horas más tarde tenía un vuelo a la República Democrática Alemana, ya que entre las dos alemanias no había vuelos directos, pero al bajar en Dinamarca me estaba esperando un querido amigo y como solo tenía un pequeño bolso de mano me fuí con él a su casa. Estuve de charlas, comida y vino una semana hasta que me encontraron los alemanes del este, y solo porque mi amigo me llevó a la embajada de la RDA, donde se montó un buen revuelo cuando aparecí ya que me habían estado buscando todo ese tiempo sin yo enterarme. Los alemanes se organizaron rápidamente y tuve que seguir camino a Alemania del Este. Tiempo después supe que al responsable de seguridad de la RDA en Dinamarca lo habían retirado del puesto porque salí del aeropuerto sin que nadie se diera cuenta y estuve una semana desaparecido, pasándomelo de puta madre, pero eso a ellos les daba igual.

República Democrática Alemana

Ya en Alemania me enviaron al sur, junto a la frontera con Polonia por cinco meses en un estilo de cuarentena de seguridad política. Yo era un desconocido para los servicios de seguridad alemanes y para ellos podría ser un refugiado de izquierdas como también un espía trabajando para Estados Unidos. Un día recibí una visita de Altamirano, máximo dirigente del PS en el exilio y al ser una persona conocida por el gobierno de la RDA como alguien de confianza, finalmente me aceptaron y me enviaron a Berlín junto a mi compañera que también había podido salir de Chile. En Berlín el PS me dió el cargo de Secretario Ejecutivo del Comité Central en el Exilio. Esto a los alemanes les pareció un cargo muy importante ya que era el segundo después de Altamirano así que me dieron un buen apartamento en Berlín y bastante libertad de movimiento con un pasaporte especial con el cual podía cruzar a Berlín occidental y hacer pequeñas compras de fruta, chocolate o bebidas. Una época placentera después de todo lo vivido en Chile, pero Berlín tenía cosas que mostraban la falsedad de la historia. Siempre escrita y manipulada por los ganadores.

Una de las primeras cosas que me llamó la atención un día caminando por la ciudad, fue que a pesar del intenso bombardeo sobre Berlín en la segunda guerra mundial, la Detlev-Rohwedder Haus, que en esa época era el Ministerio de la Aviación, sobrevivió perfectamente. ¿Que tenía ese edificio que le permitió sobrevivir las bombas? Un amigo profesor de historia me lo explicó y era algo muy sencillo. Allí estaban los planos de las bombas volantes V1, pero también y más importante aún, las de la V2, tatarabuela de los misiles actuales. Por no hablar de los planos del Messerschmitt Me 262, el primer avión a reacción del mundo. Los aliados decidieron no bombardear ese edificio por todo el poder y dinero que esos planos significaban. Los hospitales y escuelas les daban igual. La vida de la gente normal, como siempre, valía mucho menos que el plano de un avión a reacción.

Yo, obviamente, sabía que para el gobierno norteamericano y sus aliados la vida de la gente común no vale nada. Sobre todo la de países extranjeros que no influyen para nada en su política nacional y por supuesto menos todavía en una guerra. A pesar de conocer bien la actitud de los Estados Unidos con los países de América del Sur, una cosa que me incomodó a menudo fue como estaba organizado el gobierno de la RDA. Aunque me habían rescatado de la represión de la dictadura chilena y tenía una vida agradable y cómoda en Berlín, al observar aquello con mis valores lo veía todo tan vertical, con tan poca capacidad de cambio y menos de aceptar críticas, que me sentía incomodo. También el increíble peso político de la Stasi, la policía secreta alemana. Yo ahora no solo estaba en el lado de los que sustentaban el poder, sino que también de los podían vivir económicamente cómodos. Lo que no quita que hubiera momentos en los que veía muchas similitudes con el Chile de Pinochet. La falta de muchas libertades, pero peor que eso el control férreo del gobierno sobre sus propios ciudadanos. Me revolvía el estómago. Así que me centré en trabajar para luchar contra la dictadura en mi país. Aunque esas contradicciones no fueron la razón para dejar Alemania, sí influyeron en una decisión que tuve que tomar un tiempo después.

Corría el año 1977 y ocurrió que en esa época se dividió el PS chileno en dos bandos. Los pro-latinoamericanos y los pro-soviéticos. Aunque nunca hubiera conocido Berlín Oriental, siempre habría estado en el lado de los pro-latinoametricanos eso lo tengo claro, pero el solo imaginar Valparaíso o Santiago con una estructura política como la del Berlín comunista…para mi eso era como pensar que la manera de actuar de Pinochet era la correcta, por lo cual no tuve la más mínima duda en elegir el bando en el que estaba, inclusive si eso significaba perder mi nivel económico y político. Llegó el día de la votación y los pro-latinoamericanos quedamos en minoría y como suele ocurrir en estos casos rápidamente se hizo limpieza, sobre todo de gente con influencia y nos expulsaron del partido. Poco tiempo después los alemanes nos pidieron educadamente que dejáramos el país y una vez más me ví cogiendo un avión a la fuerza por no estar de acuerdo con las políticas de un gobierno.

España

Así que a finales de 1977 nos fuimos a Madrid. Fue como llegar a mi tierra. Rápidamente me sentí como en casa y no solo por el castellano, si no porque todas las deficiencias que conocí en Chile también estaban allí. El concepto actual de ayudas a refugiados, no existía en España y menos si eras de izquierdas. Por esta razón los chilenos expulsados del PS nos organizamos para ayudarnos mutuamente, lo que permitió que tuviéramos una residencia al llegar, la casa de un compañero de partido. Un mes más tarde me puse a trabajar para el PSOE que era la única organización española que ayudaba a socialistas chilenos.

Tuve dos ofertas de trabajo. Uno era ser el jefe de coordinación de los diputados socialistas en el parlamento, o director de cultura en el Ayuntamiento de Móstoles. Yo que estaba ya empezando a cansarme de los rollos políticos opté por lo segundo. Un trabajo que me causó mucho placer y fué muy fructífero, del cual salió la Casa Municipal de la Cultura y La Orquesta Municipal de Móstoles. Siento que hice un gran trabajo usando la cultura para reforzar el valor de participar en la democracia en un pueblo que había crecido muy rápido pero que estaba casi abandonado por las instituciones. No tenía ni colegio público ni hospital, cosas que los vecinos demandaron tiempo después. Espero haber aportado mi granito de arena para que aquello ocurriese.

El trabajo en Móstoles también me permitió juntar el dinero para invitar a mi madre y hermana a verme. Fue maravilloso recibirlas en el aeropuerto.

—Te dije que volveríamos a vernos—- me dijo mi madre mientras me abrazaba.

—Gracias mamá. Yo muchas veces no lo tuve tan claro. Así que gracias.—

Fueron días muy hermosos, sobre todo cuando mi hijo e hija más jóvenes, ya adolescentes, vinieron a verme desde Inglaterra y tuve a gran parte de mi familia junta por unos días.

Después de cinco años me mudé a Madrid y trabajé para la Comunidad de Madrid formando líderes femeninas. Al ser experto en educación de adultos preparé un temario específico para la formación de mujeres líderes, técnicas que aprendí de un guerrillero Colombiano pero que adapté a la realidad de España y específicamente de Madrid. Todos conceptos que en la España postfranquista no conocían ni se imaginaban. Logré convertir a un grupo de mujeres de vida normal en líderes fuertes y empoderadas. Un efecto secundario de este curso de formación fue que muchísimas de ellas se separaron de sus maridos al darse cuenta de la vida limitada y subyugada al hombre que vivían.

Madrid fue una gran experiencia para mi. Desde trabajar como profesor en la UNED, donde aprendí a estudiar y trabajar a distancia a montar una empresa de proyectos sociales, con todo lo que eso conlleva desde el punto de vista empresarial.

Gran parte de mis trabajos tenían una relación directa con la política. Aunque esto solo fuera conocer a las personas que estaban en puestos donde se tomaban decisiones, me causó un problema del cual poco a poco fui consciente. Era algo extraño. Si un proyecto o empresa empezaba a ir bien, de pronto y sin razón aparente a nadie le interesaba. Al final llegué a la conclusión que a un chileno sin padrinos importantes, no se le permitía entrar en el club de personas con influencia, poder y dinero de la política madrileña. Esa sospecha pasó a confirmarse y cuando lo comprendí realmente no me importó. Aunque me sentía bien en España, añoraba a mi país, mi gente y mi familia. La dictadura había caído, así que exploré la posibilidad de volver y algunas puertas se abrieron.

Volver

Al ver el Cerro Aconcagua desde el avión me emocioné y sentí esa conexión con tantos chilenos que han pasado por ese momento. Tantos que inclusive sale en letras de algunas canciones. Me sentí feliz al poder volver, aunque no sabía con qué me encontraría. Lo primero que hice fue visitar a mi madre y mi hermana en Rancagua y charlar por horas. El poder caminar por la cuidad de mi juventud sin miedo fue de lo mejor. No estuve allí mucho tiempo ya que debía encontrar trabajo lo antes posible. No tenía ingresos y el estado de bienestar que construyó Allende quedó totalmente destruido por la dictadura. Ahora si no tenias ingresos, no tenías nada. Ni la más mínima ayuda médica en caso de necesidad, así que como muchos de mis contactos estaban en Santiago me fui a vivir allí.

Cerro Aconcagua

Cerro Aconcagua

El Santiago al que llegué era muy diferente al que había dejado años atrás. Todo se trataba de redes de apoyo mutuo que se parecían más a una mafia que a un grupo de ayuda, pero si no entrabas en esas redes, no llegabas a ningún sitio. Yo lo hice en las redes de los socialistas y como tenía un nombre de peso como socialista histórico, se me abrían las puertas de los despachos de ministros para poder presentar diferentes tipos de proyectos. Todos de muy buena calidad que logré por la experiencia que gané en Madrid. Esto me permitió asentarme e instalarme, pero la contaminación del aire de Santiago pudo conmigo. Mi salud empeoraba cada vez más y el médico solo me dió dos opciones, o llenarme de pastillas o irme a otro sitio con aire menos contaminado como Valparaíso.

Justo en Valparaíso habían cambiado al intendente, que era el hermano menor de un querido amigo mío que la dictadura asesinó. Le llamé y se acordaba perfectamente de mí. Cuando supo de mi situación quiso que me uniera a su gabinete ya que necesitaba a personas con la experiencia que yo tenía.

—Por supuesto que te quiero en mi equipo.— me dijo cuando nos reunimos. —Necesito a alguien cercano, honesto y de confianza a mi lado. Tu eres un histórico del partido y las bases te respetan ya que jamás te has vendido. Haremos un buen equipo.—

Me ayudó a asentarme en mi ciudad con un importante puesto en el gobierno regional. En esa época también conocí a mi futura compañera y amor de mi vida. Una mujer hermosa con una visión política extraordinaria, con la cual todavía hoy disfruto de nuestras charlas y discusiones.

Me gustó trabajar en el Gobierno de Valparaíso, pero la política me estaba cansando. A pesar de que mi entorno cercano estaba bien, la cantidad de personas obsesionadas con el dinero y el poder con las cuales debía tratar empezó a afectarme. Estoy seguro que esa manera de pensar a tales niveles es un legado de las dictaduras ya que también viví lo mismo en España. Así que empecé a enseñar en la universidad donde pude dar clases de Teoría de la Complejidad, tema que conocí en Madrid al escuchar una charla de su máximo exponente, Edgard Morin. Una filosofía que rompe con lo conocido pero que encaja perfectamente con mi visión de la vida y las personas. Una visión que ha ido cambiando y adaptándose con los años, y ahora tiene más en común con la ecología como filosofía o forma de vida, que con los valores de izquierda que defendía en mi juventud.

A pesar de estar decepcionado con la política, las primeras revueltas de los estudiantes chilenos me dieron algo de energía lo que me permitió escribir un libro, “¿Por Qué Sobrevive el Sistema Capitalista?” basado en la Teoría de la Complejidad. En su momento pensé que las revueltas no llegarían muy lejos. Solo unos cuantos adolescentes que gritaban en contra del sistema económico, máximo exponente del capitalismo neoliberal, pero siguieron y siguieron con cada vez más apoyo del resto de la sociedad. Tenían como ejemplo al pueblo Mapuche que después de más de quinientos años no habían sido sometidos y todavía siguen luchando por su forma de vida. Cuando iba al trabajo veía a los chicos y chicas en lo que parecían pequeñas asambleas en las alamedas y plazas donde la charla y la música rap estaban al mismo volumen. Jamás imaginé que de eso no solo saldría un cambio drástico de gobierno, si no que la lucha por una nueva constitución.

Cerro Aconcagua

Manifestación de estudiantes

La primera vez que lo ví fue en las redes sociales. Decía:

“Chile. El país que vio nacer y morir al neoliberalismo.”

Obviamente no lo creí, pero las cosas avanzaban cada vez más rápido y un día ocurrió algo que durante gran parte de mi vida, pensé que nunca vería. Un presidente de Chile diciendo:

—Como pronosticara hace casi 50 años Salvador Allende, estamos de nuevo, compatriotas, abriendo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, el hombre y la mujer libre, para construir una sociedad mejor—, entre gritos de —viva Chile— y cánticos de —se siente, se siente, Allende está presente—.

Ese día entre mis lágrimas de felicidad, la esperanza y fe en mi pueblo volvieron a nacer. Parecía que cada una de esas lágrimas caían como las gotas de agua que hicieron que ese viejo árbol que conocí en el campo de concentración de Chacabuco volviera a nacer. Hacían que volviera a sentir que mi vida tenía sentido. Yo había sido uno de esos que aportó algo para que ese joven presidente pudiera decir esas palabras. Como aquel árbol, el viejo del pueblo, sentí que renacía.

Mis agradecimientos a mi padre por permitirme sacar a la luz muchas cosas que hasta ahora eran solo recuerdos personales y cambiarlos o retocarlos a mi antojo. También agradecer todo el apoyo y primera lectura a Loreto Alonso-Alegre y a Dolores Póliz por esa edición que da un toque de perfección al relato y por último, pero no menos, a Alberto Ahumada que me dio ideas muy buenas.

 

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Alejandro.

Comentarios
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6 Comentarios

  1. Ximena

    Me ha emocionado y traido recuerdos pasados. Me ha gustado muchísimo el final. Es un relato que da energía para seguir luchando. Gracias Alejandro.!!!!

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  2. Pam GoR

    Gracias por compartir esa parte de vida tan interesante como difícil.

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  3. Miguel Valkejo

    Emoción, recuerdos, vivencias.
    Gracias, como dice mi querida amiga compatriota Ximena, nos da energía para seguir luchando. Muy cierto.
    La vida misma.

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  4. Loreto

    Un relato muy entretenido y fácil de leer. Enhorabuena!

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  5. Lorenzo Bascón

    Hermoso relato de una historia de valor, resistencia y esperanza

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  6. CARMEN IBÁÑEZ CASTILLO

    Querido Alejandro:

    Hemos leído tu relato juntos, tu padre y yo.
    Ha sido un bálsamo para el alma y mucha emoción por recuerdos que hasta ahora estaban guardados y de pronto veían la luz.

    Eres un gran escritor, tienes un manejo ágil y ameno con el lenguaje, tocas las fibras más íntimas del lector y logras despertar profundas emociones y fuerte interés por seguir leyendo la historia hasta el final. Claramente sabes desarrollar la trama para que el lector lea y lea y lea.

    Felicitaciones, no es fácil lograr cautivar el interés del lector, que es lo que tú logras. Un abrazo cariñoso y nuestros profundos agradecimientos por este regalo tan preciado.
    Carmen

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Alejandro Ahumada Escritor, podcaster y Administrador de sistemas informáticos
Alejandro Ahumada ha navegado su vida entre cambios y constancias, desde los cerros de Valparaíso hasta los valles de Cantabria. Tras la caída de Salvador Allende, que desencadenó una brutal persecución política contra personas como los padres de Alejandro, este se exilió con su madre a los trece años, encontrando refugio en el Reino Unido. Su travesía incluye Escocia, Nottingham, Dublín, Francia y Euskadi, hasta asentarse en Cantabria con su esposa, sus hijos y su gata, Déjà Vu. Ingeniero informático de profesión, Alejandro equilibra la lógica con la creatividad. Como escritor de relatos de fantasía y ciencia ficción, sus historias han sido descritas como "Realismo Mágico Personal". Inspirado por autores como Neil Gaiman, Isabel Allende, Terry Pratchett y Ursula K. Le Guin, su escritura convierte la vida en un lienzo mágico, donde cada experiencia revela la magia oculta en lo cotidiano.