Papá Noel
Papá Noel, Santa Claus, Père Noël o el Viejito de Pascua, un personaje inventado por Coca-Cola en 1931, con copyright y todo, pero que vive en la imaginación de los niños y niñas y perdura generación tras generación en la mayoría de los casos sin la más mínima ayuda de la Coca-Cola Company. ¿Qué ideas o emociones hay detrás de esta pequeña gran mentira? ¿Es su unión a celebraciones ancestrales del solsticio de invierno, o la navidad cristiana o el consumismo desenfrenado de sus regalos lo que lo mantiene? ¿Hay algo más? Yo creo que sí, pero lo mejor es explicar mi punto de vista con un recuerdo.
Yo empecé a dudar de la existencia de Papá Noel, o el Viejito de Pascua que era como le llamaban donde yo vivía, cuando un día a principios de diciembre mi padre llegó con una hermosa bicicleta y la dejó encima del armario que había en el pasillo de casa. Mi hermana mayor y yo al verla pensamos exactamente lo mismo. Que era un regalo inesperado para alguno por haber hecho algo bueno. Aunque a ninguno de los dos se nos ocurría qué podría ser. La bici era de un tamaño como para un niño de nuestra edad, lo que descartaba a mi hermana pequeña a la que no le hubieran llegado los pies a los pedales. Yo, que siempre andaba metido en líos en el cole, y por añadido también con mi padre, por rehusar a hacer cualquier tipo de deberes a los que consideraba una pérdida de tiempo y un invento específicamente creado para oprimir a los niños, y así mantenerlos ocupados mientras sus padres disfrutaban de tiempo libre. Decidí que aunque parecía una bici de chico, lo más probable es que fuera para mi hermana ya que ella sí hacía los deberes y sacaba buenas notas. Días más tarde y después de no haber tenido bronca de deberes, porque se les olvidó preguntar si me habían enviado algunos, le pregunté a mi padre para quién era la dichosa bici. Me respondió que era para el hijo de un amigo y así en un instante mi hermana y yo perdimos la esperanza de ser los dueños de ese flamante y maravilloso objeto.
Pasaron las semanas y el amigo de mi padre no se acercaba a recoger la bici de su hijo. Lo que sí se acercaba, lentamente y sin parar, era la navidad. Días antes de que llegara nos dieron las vacaciones de verano. Se acabó el aburrimiento del cole y las grandes broncas por deberes sin hacer y lo más importante: Papá Noel estaba ya cerca. Yo, ya hace mucho, había decidido que este increíble señor se vestía de esa manera porque viajaba de noche y a gran altura en su trineo, donde hacía muuuucho frío. Si no, el abrigarse tanto cuando ya había llegado el verano no tenía sentido, cuando yo mismo estaba todo el día en pantalón corto y camiseta. En casa, como en casi todas, los regalos se abrían el día de Navidad que era el momento especial. El día de Nochebuena no había ningún tipo de celebración, pero sí muchos nervios. Esa noche ya en cama no lograba dormirme pensando que si no me dormía Papá Noel no me traería regalos. Era lo que siempre nos habían dicho nuestros padres. Pero ese día, ya a punto de dormirme, oí una puerta abrirse y unos pasos por el pasillo de casa. Después unos ruidos extraños y alguien, que sonaba como los pasos de mi padre, salía de casa. Yo ya estaba totalmente despierto preguntándome si realmente había sido mi padre o aquel viejito vestido de rojo con risa fácil cuando oí la voz de mi hermana Ximena preguntando muy bajito desde la habitación de al lado..
— ¿Alex, estás despierto?—
— Sí— le susurré de vuelta.
— Yo creo que ese ha sido papá. ¿Vamos a ver dónde ha ido?— me dijo.
— ¿Y si es el Viejito de Pascua y nos quedamos sin regalos?— le respondí.
— No creo que el Viejito de Pascua salga de la habitación de mamá y papá.— me contestó. Una lógica aplastante que me quitó cualquier duda. Nos levantamos y salimos al pasillo, y Ximena me llevó hacia el cuarto de baño. Una vez allí, si te subías al lavabo, se podía abrir la ventana y mirar afuera. Nuestra casa era una unifamiliar en la Villa Berlín. Un barrio residencial muy tranquilo, pero esa noche a través de la ventana pudimos ver un montón de adultos llevando regalos y juguetes por la calle, nuestro padre incluido. Le vimos llegar hasta una de las casas vecinas donde entregó la bicicleta al padre de un niño al que conocíamos. Este, a su vez, le entregó a mi padre unas grandes bolsas y cuando ya las tenía se giró dirección a casa. Miré a mi hermana para dar la voz de alarma cuando oímos una pequeña voz que decía:
— ¿Qué pasa? ¿Porque estás mirando la calle?—
Era Lely, mi hermana pequeña que se había despertado. Salté al suelo mientras afuera oía la verja que se abría.
— Rápido. Hay que volver a la cama.— le respondí en voz baja pero con urgencia.
— ¿Qué pasa? ¿Ha venido el Viejito de Pascua?— respondió.
— Todavía no, pero si no vamos ahora a la cama, no va a venir.— le dijo Ximena cogiéndola por los hombros y con suavidad pero con firmeza la empujaba hacia la habitación mientras alguien introducía la llave en la puerta principal y con algo de dificultad trataba de abrirla.
— ¡El Viejito de Pascua está tratando de entrar!— dijo Lely en voz alta.
— Sí, y si nos ve no nos va a dejar ningún regalo.— le dije. Eso la convenció y los tres corrimos en silencio hacia nuestras habitaciones mientras mi padre entraba en casa e iba hacia el salón. Me metí en mi cama e increíblemente me dormí rápidamente.
Al día siguiente Ximena me despertó con gritos desde el salón de que Papá Noel, mejor dicho el Viejito de Pascua, había venido. Como siempre los regalos no eran los que yo había pedido, pero Papá Noel tenía mucha imaginación y algunos eran mejores de los que había podido imaginar. Yo que sospechaba que Papá Noel eran realmente los padres busqué las cajas que ví a mi padre coger pero ninguno de los regalos se parecían a las cajas que trajo a casa la noche anterior. Todo me pareció muy raro. ¿Sería que lo que trajo mi padre era para otros niños, como la bici? Al final decidí que sí había sido Papá Noel el que había traído mis regalos, pero estaba claro que alguna extraña conexión había entre el comportamiento de nuestro padre y Papá Noel.
Al día siguiente fuimos a ver a la Lala, la hermana de mi padre, que vivía en un apartamento en el centro de la ciudad. Yo me esperaba la típica reunión familiar donde los adultos solo hablan de cosas aburridas así que me puse a buscar algo para leer y ví que bajo el árbol de navidad de mi tía había regalos sin abrir.
— Lala, ¿Por qué no ha abierto los regalos?— le pregunté.
— ¡Se me había olvidado!— contestó. — Mirar los nombres en los regalos.— nos dijo a los tres sonriendo. Con algo muy parecido a un salto cuántico, estábamos los tres bajo el árbol de navidad mirando los nombres en los regalos. Había una caja enorme que decía “Alex”. La abrí y era un coche de bomberos que se podía desmontar y ¡Hasta traía las herramientas para hacerlo! Me quedé alucinado.
— ¡Muchas gracias Lala!— le dije encantado con el regalo.
— No he sido yo. Lo dejó aquí el Viejito de Pascua.— me contestó.
— ¿Y porque lo ha dejado en su casa?— le pregunté.
— Pues no lo sé. No conozco personalmente y nunca he visto al Viejo de Pascua así que no pude preguntarle. A lo mejor se equivocó de dirección.—
Mi mente de ocho años se puso en modo turbo al darme cuenta que ese tipo de respuestas de mi tía las decía cuando no quería contestar. Existía la posibilidad de que sí conociera a Papá Noel, pero esa la convertiría en una super mujer con poderes extraordinarios y nunca había visto prueba de eso. La segunda opción era que Papá Noél había cometido algún tipo de error en el proceso de distribución de juguetes. Pero la posibilidad de que un señor con poderes de distribuír juguetes por todo el mundo en solo una noche cometiera semejante error era muy poco probable. Si se hubiera equivocado de dirección el coche de bomberos hubiera acabado en cualquier casa del planeta, pero no, acabó en casa de mi tía. La posibilidad más factible era que Papá Noél no existía.
Pasó el tiempo. Para ser exactos, un año y el día de Nochebuena convencí a mi hermana Ximena para escondernos en la bañera después de que nuestros padres se fueran a dormir. Quería ya una prueba definitiva de que Papá Noél eran los padres. Pero después de estar pendientes mucho rato no ocurrió absolutamente nada y empezamos a entumecernos metidos en la bañera. Salimos y por si acaso fuimos al salón a ver si Papá Noél ya había dejado los juguetes. Después de todo un ser mágico no tiene porqué ser ruidoso y a lo mejor había venido y no nos habíamos enterado, pero después de echar un ojo comprobamos que estaba como siempre. Estuvimos allí un rato hablando entre susurros de cómo podía entrar en casa ya que no teníamos chimenea como en las películas y decidimos que seguramente tendría alguna llave maestra que podía abrir cualquier puerta. Para entonces nos estaba entrando sueño y mi hermana decidió irse a la cama, pero yo no iba a perder la oportunidad de descubrir si Papá Noel era real o no, así que diseñe una trampa.
La puerta principal de casa llegaba a un pequeño pasillo que a la izquierda iba hacia el baño y los dormitorios, y hacia la derecha había tres escalones que bajaban a la cocina que estaba a la derecha. Pocos centímetros más adelante el pasillo acababa en el salón comedor. Mi trampa pilla papá noeles consistió en coger una olla pequeña y atarla con una cuerda a unos diez centímetros de altura desde la cocina hasta una de las patas del sofá en el salón, así cuando Papá Noel pasara empujaría la cuerda y la olla haría ruido. Cuando acabé recordé que yo tenía un sueño muy pesado y que una olla arrastrando por el suelo no me despertaría, así que con mucho cuidado empecé a amontonar todos los cazos que puede encima de la pequeña olla. Acabé con una columna de cacharros de cocina que culminaba con la olla a presión. La cuerda estaba tensa y los cacharros en un equilibrio perfecto, así que me fuí a la cama. Traté de mantenerme despierto todo lo que pude, pero no lo logré. Después de poco tiempo me dormí profundamente.
¡¡Zas!! ¡¡Catapum pampum!! todo seguido por alguien gritando — ¡¡MIERDA!! —
Me desperté de un salto, pero en vez de salir corriendo para ver Papá Noel me quedé en mi cama. Estaba asustadísimo pensando que uno de los seres más poderosos del planeta se había enfadado conmigo, pero después oí —¿Pero quién mierda…?— con la voz de mi padre y en ese momento no tuve duda que Papá Noel eran los padres. Me tumbé aliviado porque fuera mi padre quien al día siguiente me echara una bronca que a tener a un superser enfadado conmigo. Cuando me levanté estaba todo ordenado, los juguetes bajo el árbol y mi padre nunca me dijo nada.
El saber que Papá Noel no existe generó en mí una sensación de pérdida importante pero por otro lado admiré la capacidad de los adultos en mantener una mentira. Una mentira que me hizo feliz por muchos años.
Y con esto volvemos al principio de esta historia, ya que yo creo que sí hay algo más en conceptos como Papá Noel que comer, beber y comprar regalos. Sobre todo cuando estos superseres resuelven cosas o situaciones que no tenemos capacidad de comprender. Y no digo a nivel individual, si no como especie. Lo afirmo a pesar de que para mi Papá Noel, Tor, Zeus o Jehová están todos al mismo nivel. Seres mitológicos que en cierto momento han sido o son importantes para mantener una esperanza de que puede existir algo mejor que la vida que nos ha tocado vivir y digo esto a pesar de que creo firmemente que si hay cosas en la vida que son difíciles, problemáticas o duras, lo que hay que hacer es unirse a más personas que piensen parecido y en grupo ir a cambiarlas. Para el resto tenemos la ciencia, que nos ayuda a comprender y cuando esto sucede, la magia deja de existir y se convierte en conocimiento. La ciencia es nuestro gran e importante éxito .
Pero como contador de relatos veo que hay una cosa que la ciencia no es capaz de hacer, y es encontrar en el universo algún atisbo de amor o de esperanza. Dos cosas que no están científicamente demostradas. Da igual que utilices el acelerador de partículas más avanzado o el telescopio multifrecuencias más potente. Tampoco las vas a encontrar. ¿Pero te imaginas una vida sin amor o esperanza? Dos cosas que si preguntamos a la ciencia nos dirá que no son reales ya que no se pueden demostrar. Que son casi lo mismo que Papá Noel. Solo una emoción, una idea que no se puede probar. Si yo tengo que elegir entre un mundo eficaz y realista donde se niega el amor y la esperanza y otro lleno de fantasía donde sí existen, yo elijo el segundo.
La ciencia es importante y siempre debe ser el baremo con el que medir las cosas, pero los Papás Noel de este mundo nos engañan y nos permiten disfrutar de pequeñas cosas como si fueran grandes maravillas abriendo la puerta al amor y la esperanza. Cosa que nos da la energía para seguir adelante midiendo con la ciencia. Con esto no digo que sigáis creyendo en Papá Noel, Tor, Zeus o Jehová, sino que disfrutéis de esas pequeñas mentiras sabiendo que son mentiras, historias o relatos y con los que podéis echar unas risas o lágrimas y que las valoréis al igual que a los cuentacuentos que os las traen. 😉
¡Feliz solsticio de invierno!
Agradezco las primeras lecturas a Loreto Alonso-Alegre y la edición y revisión del texto de Dolores Póliz.
Hola. Me ha gustado mucho el relato pero no creo que la ciencia diga que el amor no existe porque no se puede demostrar. Es un proceso neurológico y supongo que cada sentimiento estará ubicado en una parte del cerebro.
Hecho ese comentario, el relato me ha gustado mucho y voy a seguir leyendo más.
Un abrazo.
¡Gracias Marta! No dudes en decirme si te gusta algún otro relato.
Tienes razón que los escáner cerebrales modernos ya pueden ver como reacciona nuestro cerebro cuando se siente amor. Cuando combinamos esto más las hormonas que suelta el cuerpo se sabe que alguien está enamorado. ¿Pero porque una persona y no otra? ¿Por qué hay veces que dura meses, algunos años o en casos incluso décadas? Esta combinación de cosas que caen bajo el concepto de “amor” no están claras. Puede que sea mera semántica, pero la idea de amar es muy amplia. Sabemos reconocer a alguien enamorado o que ama algo con los escáner, pero no claramente el por qué ocurre. El método científico no permite zonas grises, por lo cual la postura generalmente aceptada es que el amor no está probado científicamente.