OGROS Y DEMONIOS

Ogros.

Reina, bueno ese realmente no era su nombre pero su madre siempre la llamaba así, y Peter, que sí era su nombre, estaban en el umbral de la adolescencia y como todos los jóvenes de esa edad anhelaban ser ya mayores y sobre todo, lo que más querían, era poder salir a cazar ya que desde pequeños habían oído las aventuras que su madre contaba cuando salía de caza. Todos lo sabían, su madre era la mejor cazadora de la familia, incluso de la tribu. Mucho mejor que su padre que a pesar de hacer un esfuerzo constante, rara vez traía algo de comer, pero era él el que les enseñaba los peligros de alejarse de la tribu, sobre todo en áreas por donde se movían los ogros, o peor aún, los demonios.

A Peter los ogros le llamaban mucho la atención. Había algunos gigantes e increíblemente fuertes y otros más pequeños y muy rápidos, pero todos a pesar de su fuerza, sin rechistar siempre hacían caso a los demonios. Su padre le explicó que realmente eran bastante tontos, y que a los miembros de la tribu ni siquiera les veían y solo estaban en peligro si tenías la mala suerte de cruzarte en el camino de alguno, ya que no dudaban en pisotearte hasta la muerte. Pero cuando dormían aunque te subieras encima de alguno, no se enteraban. Con los demonios era mejor alejarse y que no te vieran. Si los ogros les respetaban era por algo.

A Reina, su madre que era muy observadora, le explicó que los demonios eran mucho más peligrosos porque eran inteligentes y también cazadores. Era de sobra conocido que sin razón aparente capturaban a amigos o familiares de la tribu, sobre todo niños y niñas, y nunca jamás se volvía a saber de ellos. Esto se lo decía a Reina cuando salía a jugar con Peter y se alejaban demasiado o hacían trastadas en casa. Reina no tenía claro si era una manera de asustarlos o realmente era así.

Los niños se habían criado en el campo alejados de donde vivían los demonios, sus ogros y sus sabuesos. Estos últimos también eran estúpidos. Aunque no tanto como los ogros, lo eran si los comparabas con animales salvajes que vivían en los montes lejanos. En invierno estos depredadores se acercaban y todos en la tribu sabían que si les veías sería lo último que harías en tu vida. Lo mejor era mantenerse cerca de casa. Pero era verano y esas cosas no pasaban cuando los días eran largos y la vida más fácil. Así que aprovechaban para acercarse al valle de los demonios y observarlos de lejos y así aprender su comportamiento. Sobre todo si estos salían de caza que era cuando ellos estaban en peligro.

Pasó el verano y un día de lluvía bastante frío, se despertaron oyendo el ruido de un ogro cerca de casa. Su madre no estaba y su padre seguía durmiendo así que los niños se levantaron y salieron con mucho cuidado, aprovechando una oportunidad única para ver al ogro de cerca. Estos siempre viajaban con un demonio que les controlaba, pero no en esta ocasión y el ogro ya dormía profundamente, aunque como siempre olía fatal.

— ¿Nos acercamos un poco más? — dijo Peter.

— No creo que sea buena idea. — podemos verlo desde aquí.

— Pero si sabes que cuando se duermen, a menos que un demonio les despierte, no hacen nada. Venga, vamos a ver como es de cerca. —

Reina tenía el presentimiento que no era buena idea, pero la tentación pudo con ella. Después de todo quería ser tan buena cazadora como su madre y eso significaba conocer todo con lo cual podría encontrarse al salir a buscar comida.

— Venga. Vale. Acerquémonos. —

Poco a poco se acercaron y efectivamente el ogro no les hizo el más mínimo caso. Era tan grande que cabían entre sus patas.

— Que asco. Huele fatal. — dijo Reina. — Espero que la lluvía le quite el olor. —

No había acabado de decir eso cuando se puso a llover con fuerza empapándoles rápidamente. Peter que estaba ya seguro que el ogro no se enteraba de nada, se metió debajo.

— ¡Ven! ¡Aquí no cae nada de agua! — le gritó.

Reina que se estaba empezando a helar, fue con él y sí, se estaba mucho mejor. Peter caminaba por donde podía observando al ogro desde abajo, pero ella se quedó en su sitio por si volvía el demonio o el ogro se despertaba.

— ¡Ala! ¡El abuelo tenía razón! — gritó Peter.

— ¿De qué hablas? —

— De cuando nos contó que había ogros con la barriga caliente. Lo puedo sentir desde aquí.— y de un salto se subió entre las tripas del ogro.

— ¡¿Estás loco?! — le gritó Reina. — Baja de allí inmediatamente. No sabemos qué te puede pasar.—

— Sube. — le contestó Peter. —Esto es una pasada. Te juro que se está bien.—

Reina se acercó y efectivamente podía sentir calor salir de la barriga del ogro. Peter que la observaba le gritó:

— ¡Venga! De un salto te agarras de la barriga y subes entre las tripas. Ya verás que no pasa nada!—

Reina hizo caso a su hermano y subió. El olor era terrible, pero el calor era casi como el sol de una tarde de verano tumbados sobre alguna roca calientita. Los dos hermanos tardaron muy poco en quedarse dormidos.

El rugir del ogro al despertarse les hizo saltar del susto y casi se caen. No era mucha altura, pero este ya se estaba moviendo y parecía hacerlo muy rápido. Los dos hermanos no sabían qué hacer. ¿Al estar despierto se daría cuenta que ellos estaban allí? ¿Sabía el demonio que controlaba al ogro que ellos estaban en la barriga? ¿Sería esta la manera como los demonios cazaban niños?

—¡Tengo miedo!— gritó Peter a su hermana entre el rugir de la barriga del ogro.

—¡Yo también, pero parece que no sabe que estamos aquí! ¡Si nos sujetamos bien y no nos movemos, a lo mejor no se entera!—

—¡¿Cómo no se va a enterar?!— le contestó Peter. —A mi cuando en el verano me pica una pulga, me entero por muy pequeña que sea.—

Reina le iba a contestar que sospechaba que los ogros solo hacen lo que les dicen los demonios, cuando este cambió de dirección repentinamente y estuvo a punto de caer por el hueco que habían utilizado para subir. El corazón le dió un vuelco cuando por el rabillo del ojo vió como Peter resbalaba poco a poco tratando de sujetarse, pero sin lograrlo y caía al vacío, al suelo mojado que pasaba rápidamente por debajo del ogro.

— ¡PETER! — gritó, pero su hermano ya había desaparecido.

Reina se agarró con todas sus fuerzas y estaba ya apunto de ceder de cansancio cuando el ogro se detuvo y se calló. En el silencio le pareció oír a su hermano gritar a lo lejos.

—¡Peter!— gritó y gritó.

De pronto toda la barriga del ogro se estremeció y se separó abriéndose en dos. El demonio, solo con sus garras, había abierto en dos al ogro y la miraba. Trató de escapar pero su cuerpo no le respondió. Estaba tan cansada y asustada que el demonio fue mucho más rápido y de un zarpazo la atrapó.

Un encuentro inesperado.

Álvaro había dejado a uno de sus amigos en Limpias después de haber estado toda la tarde jugando una partida de Dragones y Mazmorras en Castro. Después de pasar Agustina, dirección Carasa, se encontró con una vieja camioneta circulando por delante y que de vez en cuando soltaba una humareda negra de diesel mal quemado. Siempre se preguntaba cómo esos vehículos lograban pasar la ITV. Después pasar las casas empezaban las curvas y cuando la camioneta cogió la primera, Alvaró vió como algo de color claro se caía de esta, pero al fijarse bien comprobó que era un pequeño gatito blanco. Apretó los frenos tan fuerte, que derrapó unos segundos. Miró por el retrovisor y no venía nadie, se bajó del coche rápidamente esperando no haberle golpeado. El gatito estaba tirado en la carretera a pocos centímetros de las ruedas.

Esperando lo peor Álvaro tocó al pequeño animal, pero aliviado pudo sentir su respiración. Con mucho cuidado lo cogió y abrigó con su jersey. depositándolo a continuación en el asiento del pasajero y siguió su camino. Era domingo y en casa no había nadie, así que preguntó a Google por un veterinario. Llamó a todos los de Colindres y Laredo pero sin respuesta. En ese momento se acordó que sus padres llevaban a su gata Déjà Vu a una veterinaria de Argoños. La buscó en Google Maps y pulsó sobre el número de teléfono.

Clínica de Marta, dígame.— contestó una voz de mujer.

—¡Estáis abiertos! Menos mal. Tengo una urgencia. ¿A qué hora cerráis?— Digo Álvaro de un tirón.

—Me has pillado por casualidad. Estaba controlando a un paciente que operé ayer. ¿Qué emergencia tienes?—

Álvaro le contó toda la historia mientras cogía la caja de viaje de Déjà Vu, metía una toalla limpia y con mucho cuidado al gatito que no se había despertado.

—Traelo inmediatamente. Es muy probable que tenga una concusión. Te espero aquí.—

Álvaro tardó unos veinte minutos en llegar, pero no le dio tiempo a tocar el timbre cuando ya le habían abierto.

—Pasa. Puedes esperar allí. Voy a mirar como está este chiquitín.— Le dijo una mujer joven y simpática mientras cogía el transportín y apuntaba con el dedo a una puerta a su izquierda. A Álvaro la espera le pareció eterna, pero después de un rato volvió la veterinaria.

—Tiene una pequeña concusión. Ya se está despertando, pero prefiero que se quede la noche bajo observación. ¿Te responsabilizas de él o prefieres que llame a alguna protectora de animales?—

 

—Mejor yo.— dijo Álvaro después de pensarlo un poco. —No sé por qué sospecho que el universo me está poniendo a prueba.—

—¿Cómo te llamas?— le preguntó ella.

—Álvaro. ¿Y tú?—

Lo miró unos segundos extrañada. —Soy Marta. La veterinaria.—

—Ha, pues sí, claro. Perdona pensaba que eras una trabajadora.—

—Lo soy, y mucho. Pero soy la única.—

—Gracias por contestar al teléfono y recibirnos.—

—A tí por cuidar del pequeñín. No te preocupes, vuelve mañana por la mañana para ver cómo está.—


Álvaro regresó a media mañana. Al bajarse del coche vió que a su lado estaba aparcada la vieja camioneta desde donde había caído el gatito. “Vaya casualidad.” pensó. Entró en la clínica y vio a un hombre mayor hablando con Marta.

— …fue al llegar a casa después de trabajar. Me bajé de la furgo y pude oír a un gatito gritar desesperado. Al principio pensé que era uno de los míos, pero los gritos salían de debajo de la furgo. Me agaché para mirar pero no ví nada, entonces me di cuenta de que los gritos venían desde el motor, así que abrí el capó y allí estaba. Un gatito blanco y negro gritando como si fuera el fin del mundo. Lo cogí y llevé a casa. Mis gatos son simpáticos con los pequeños, así que le invitaron a comer y durmió con ellos.—

Álvaro no podía creer lo que oía. Le preguntó al hombre si la camioneta de afuera era la suya y cuando le digo que sí, le contó a Marta que era la misma desde donde había caído el gatito.

—Muchos se suben a los motores cuando tienen frío. Pocos sobreviven, pero estos dos han tenido suerte. Tu gatito está mucho mejor Alvaro.—

El hombre miró a Marta y le dijo, —Ya sabes que cuido de los animales, sobre todo gatos, pero yo ya no puedo tener más. Como sé que tienes relación con protectoras de animales te traje a este para que le busques un lugar. Después de lo que ha pasado creo que se merece un buen hogar.—

Marta sacó al pequeño animal del trasportín en el que venía y la miró. —Es una chica.— les dijo.

—Venid conmigo, creo que los dos se conocen.—

Marta con la gatita en brazos llevó a los dos hombres a una sala donde había varios gatos. Cogió a uno de ellos y lo dejó sobre una mesa metálica junto a la gatita. Se olieron y caminaron en círculos con la cola levantada. Finalmente pararon y se miraron, el pequeño ronroneaba y ella le lamía toda la cara.

—Bueno.— dijo Álvaro, —Creo que ahora tengo dos gatitos. Estas causalidades son demasiado obvias como para no hacerles caso. Vaya aventura que habrán tenido.—

—Gracias Álvaro.— le dijo Marta.

Humanos.

—¡Peter!— gritó Reina al reconocer a su hermano que ya daba por perdido.

—¿Reina?  Pero cómo puede ser. Pensaba que los demonios te habían comido para cenar.—

—No creo que sean demonios. Anoche el demonio… bueno, animal de dos patas, me sacó de la barriga del ogro y me dejó con una tribu. Todos muy simpáticos. Ellos me contaron que esos seres se llaman humanos y que son sus amigos. Uno, el más viejo, incluso me dijo que el humano le pertenecía, que por eso les cuidaba y daba de comer. Pero la abuela me dijo que mejor no le hiciera caso, que con los humanos había un acuerdo de intercambio de respeto y amor. Si tenía suerte entraría en la familia de alguno.—  Reina empezó a lavar a su hermano que olía muy raro. Los dos felices de volver a verse y de haber sobrevivido el encuentro con los demonios… bueno “humanos”.

Mis agradecimientos por todo el apoyo y primera lectura a Loreto Alonso-Alegre y a Dolores Póliz por esa edición que da un toque de perfección al relato. 

 

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1 Comentario

  1. Ximena

    Qué tiernoooo, al final me he emocionado hasta las lágrimas…

    Responder

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Copyright Alejandro Ahumada Avila
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Alejandro Ahumada Escritor, podcaster y Administrador de sistemas informáticos
Alejandro Ahumada ha navegado su vida entre cambios y constancias, desde los cerros de Valparaíso hasta los valles de Cantabria. Tras la caída de Salvador Allende, que desencadenó una brutal persecución política contra personas como los padres de Alejandro, este se exilió con su madre a los trece años, encontrando refugio en el Reino Unido. Su travesía incluye Escocia, Nottingham, Dublín, Francia y Euskadi, hasta asentarse en Cantabria con su esposa, sus hijos y su gata, Déjà Vu. Ingeniero informático de profesión, Alejandro equilibra la lógica con la creatividad. Como escritor de relatos de fantasía y ciencia ficción, sus historias han sido descritas como "Realismo Mágico Personal". Inspirado por autores como Neil Gaiman, Isabel Allende, Terry Pratchett y Ursula K. Le Guin, su escritura convierte la vida en un lienzo mágico, donde cada experiencia revela la magia oculta en lo cotidiano.