Mis primeros recuerdos.
“Debo recordar. Debo recordar” me repetía a mi mismo mientras hacía lo que se puede describir como, fluir y entrar en mi cuerpo. Al entrar en ese espacio confinado lleno de sensaciones que parecían ocurrir muy a lo lejos, seguía repitiendo lo mismo, “Debo recordar” y sí que recordaba lo que sea que tenía que recordar. Eso lo recuerdo aunque no recuerdo lo que era… ufff, vaya lío con tanto recuerdo, pero es una situación extraña en si misma. De lo primero que tomé conciencia fue de mi visión. Un día me dí cuenta de que podía ver cosas e inmediatamente perdí parte de esos recuerdos que tan importantes parecían ser. Lo veía todo como una nube gris con toques de colores que puede parecer aburrido, pero para mí era como ver la cosa más increíble del mundo. Me pasaba todo el rato mirando esa nube tratando de descubrir porqué a veces aparecían colores. Eso sí repitiendo todo el rato “Debo recordar”, pero mientras pasaban los días todos esos recuerdos se difuminaban.
Hasta que ocurrió algo increíble. Sin previo aviso la niebla se separó y apareció una cara. La verdad es que con el tiempo lo que más misterioso me ha parecido de ese momento, es como sabía yo que eso era una cara. Era la primea vez que veía una, pero allí estaban esos ojos, nariz y boca. Me miraba atentamente y sonreía solo con los ojos, aunque también puede ser que los ojos era lo que más me impresionaba. “Debo recordar” volví a repetir simplemente porque sabía que era importante, pero la cara era mucho más importante. La verdad es que no lo sé, pero sospecho que era mi madre cuando me daba pecho. Pasó el tiempo y de vez en cuando aparecían más caras. Algunas de la cuales sabía que habían aparecido antes y creo que eran las hermanas de mi madre, la de mi padre o mi hermana mayor.
Poco a poco podía distinguir más cosas en las caras que aparecían, el pelo, las orejas, y darme cuenta de que también sonreían con la boca. También había algo que se cruzaba frente a mi de lado a lado sin razón aparente. Cuando aparecía, lo observaba para ver si hacía algo interesante, pero aunque a veces se detenía frente a mi, lo hacía por poco tiempo y seguía su camino hasta desaparecer de mi angulo de visión. Como siempre volví a repetir “Debo recordar” pero ya no sabía qué y definitivamente lo olvidé todo cuando hice un descubrimiento increíble al unir dos conceptos que habían estado siempre separados. Resulta que una de las cosas que había estado siempre allí como algo lejano, tenía una relación directa con el movimiento de la boca. Cada vez que aparecía una cara y movía la boca ocurría esa cosa rara. Había descubierto la voz humana.
Me di cuenta de utilizaban esos sonidos para comunicarse y muchos de ellos eran dirigidos a mi. Aunque no sabía lo que me decían, eran sonidos agradables y empecé a relacionarlos con ideas y sobre todo personas. Me di cuenta que yo era “Ale” y la que yo veía como puro amor, era “mamá”.
Con el tiempo mis ojos empezaron a ver cosas a más distancia, y ese gris con colores, se convirtieron en paredes, ventanas, muebles y personas que aparecían y algunas se acercaban y me hablaban. Recuerdo ser consciente de mi cuerpo, ya que cuando me lavaban, o me cambiaban de pañal o me daban besos o hacían cosquillas, sabía perfectamente que todas esas sensaciones eran mías y qué parte de mi cuerpo era donde me tocaban. Muchas veces me divertía moviendo las piernas, o los brazos o las manos, solo por el mero hecho que podía hacerlo. Entre todo esto, todavía aparecían esas cosas que se cruzaban frente a mi sin razón aparente. Cuando aparecían las observaba con detalle ya que nadie más parecía verlas y no comprendía que eran y porqué estaban tan cerca de mi. Un día una de estas cosas se detuvo justo en frente así que me quede observándola para ver que hacía, pero se quedó quieta y me empecé a aburrir, así que decidí mover mis manos. Como si fuera magia, cada vez que daba una orden a mi mano para que se moviera, esa cosa frente a mi también se movía y entendí que eso que tenía delante eran mis propias manos. La cosa, bueno la mano, empezó a moverse y decidí detenerla. Se detuvo. Probé con la otra mano, que apareció en mi angulo de visión y también la detuve. Allí estaban las dos manos frente a mi esperando a que hiciera algo, así que moví los dedos, ¡Y sí, también se movieron frente a mis ojos! Mis manos fueron mi primer juguete. Pasé mucho tiempo experimento con el extraordinario poder de lograr que esas cosas que habían estado cruzándose frente a mi toda mi vida, hicieran lo que yo quisiera.
Después de mucho, mucho tiempo tengo un leve recuerdo de muchas caídas y un día levantarme y poder caminar sin caerme. Pero de esta época tengo un recuerdo muy claro que quedó marcado en mi memoria por la frustración que generó.
Me gustaba caminar, pero este hecho iba acompañado a veces de una sensación muy desagradable y es que se me caían los pañales. Estamos hablando de principios de la década de los sesenta, así que eran pañales de tela que tenían la mala costumbre de lentamente ponerse cada vez mas pesados e inclusive a veces olían muy mal. Supongo que imagináis porqué. Un día mientras caminaba uno de estos pañales empezó a bajar poco a poco, busqué donde habría algún adulto y pude oír voces en la cocina. Empecé a caminar en esa dirección con dudas si podría llegar antes de que los pañales estuvieran tan abajo que ya no podría lograrlo. Si lo logré, pero por poco.
Miré hacia arriba por la puerta de la cocina y pude ver a dos de mis tías, hermanas de mi madre. A mi madre podía oírle hablar, pero no verle, así que a la que estaba más cerca le dije:
“¿Me puede subir los pañales?”. Me miró, pero pareció que no me había entendido, así que le repetí:
“¿Me puede subir los pañales?”.
“¡Aaaaaah! ¡Que lindo!” me dijo. Me quedé pensando qué tenía que ver ser lindo con unos pañales que se caen. Así que repetí:
“¿Me puede subir los pañales?”.
“¡Mira, mira! El Ale está tratando de hablar.”, Dijo, girándose hacia adentro de la cocina.
La miré perplejo. ¿Tratando de hablar? ¿Como que tratando de hablar? Pues nada, no me habrá entendido, pensé mientras mi segunda tía me observaba desde adentro de la cocina. Así que repetí:
“¿Me puede subir los pañales?”
“¡Ahhhhh! ¡Que lindo! ¿Qué querrá decir?” Dijo mi segunda tía. Yo ya empezaba a perder la paciencia.
“Que los pañales se me están cayendo y no los puedo subir, ya que se me vuelven a caer. ¿Me los pueden subir?”
El único efecto que esa frase tuvo fue un coro de “¡Ahhhh! ¡Qué lindo! ¡Como trata de hablar!”. No me lo podía creer. Se lo había explicado claramente y no se enteraban de nada. Mi frustración y rabia era desbordante. Estaba a punto de decidir ponerme a llorar, que parecía ser lo único que entendían, cuando oí una vocecilla que decía “¿Que pasa?”. Me giré y vi a mi hermana mayor en la parte de arriba de unas escaleras altísimas, de tres peldaños, que me miraba.
“Se me están cayendo los pañales y las tías no me hacen caso y se ríen de mi”, le dije casi llorando. “Hacen como si no me entienden”.
“Espera.” me dijo Ximena. Se giró, se pudo de rodillas, fue hacia atrás hasta llegar al bordillo y se dejo caer. Repitió el mismo proceso en los dos siguientes peldaños. Al llegar al suelo se acercó, me cogió el pañal con las dos manos y dio un tirón hacia arriba. “Ya está.” me dijo y se fue dirección a unos juguetes que tenía en el salón.
“¿Por qué ellas no me entienden y tú sí?” Le pregunté antes de que se alejara mucho. Se detuvo y se giró para observarlas.
“Para algunas cosas los adultos son un poco tontos.” me dijo. “No te preocupes. Al final se dan cuenta de que sí hablas y te entienden.”. Con esa sabia frase de una niña de dos años, me tranquilizó. Miré a mis tías y decidí que no volvería a hablar a un adulto en mucho tiempo. Tenía dos años y medio cuando volví a hacerlo y me entendieron a la primera. Por lo visto mis padres estaban preocupados de que con esa edad no hablara, pero cuando un día a la hora de comer solté la frase de “No me gusta la sopa de pescado. ¿No hay pollo para comer?” ya se tranquilizaron. Aunque no me escapé de la sopa de pescado.
Ximena y Alex
Con 4 y 3 años, aproximadamente.
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Alejandro.
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Todas tus historias son preciosas porque son verdaderas, te salen de las entrañas. Un placer seguir leyéndote amigo.
¡Qué historia tan maravillosa! Y esas sabias palabras de tu hermana. Quizás si prestáramos un poco más de atención a las percepciones de los niños pequeños, podríamos redescubrir cómo apreciar el mundo de una manera más inocente e inspiradora.
Love it 🙂