El Tué Tué

Esto ocurrió en el año 1974 en Codegüa, un pueblo pequeño donde mi abuela María tenía una casa de campo compartida con su hermano Carlos. Mis dos hermanas y yo, niños de clase media y de un barrio moderno en uno de los cerros de Valparaíso, acabamos viviendo en esa vieja casa porque la dictadura de Pinochet tenía detenidos a mi madre y a mi padre en alguna cárcel secreta por intentar construir un mundo mejor, en el que todas las personas tuvieran las mismas oportunidades.

 

Fue una época oscura para toda mi familia, pero para Paloma, mi hermana mayor, para Daniela, la pequeña, y para mí, fue un momento especialmente duro: nuestra vida, familia y sociedad estable se desmoronaron, ahogadas en un baño de sangre perpetrado por las fuerzas armadas chilenas y su policía.

 

Para entonces yo ya me había adaptado a la rutina de la vieja casa. Preparaba el fuego a primera hora para que mi abuela hiciera el desayuno; después, todos nos íbamos al colegio del pueblo, a no más de quince minutos caminando. Al regresar, comíamos, y por las tardes ayudaba al tío Carlos a cuidar a los cerdos y, en primavera y verano, trabajaba en la huerta. Se suponía que debía usar ese tiempo para hacer los deberes escolares, pero nunca fui de hacer deberes, ya que recordaba lo suficiente de cada clase como para aprobar los exámenes de fin de año. Aprobaba por poco, pero aprobaba; así que prefería pasar el tiempo jugando con mi perro Tigre.

TueTue

A finales de junio, en una noche de pleno invierno en la que la lluvia y el viento parecían efectos especiales de la mejor película de terror, estaba yo en mi cama intentando dormir cuando creí oír a alguien hablar afuera. La voz parecía venir del tejado. Recuerdo claramente la sorpresa al pensar quién podría ser tan loco como para subirse al tejado en una noche así y por qué lo haría. Cuando la intensidad de la lluvia disminuyó momentáneamente, escuché de nuevo la voz que decía claramente: «tué tué». Se detenía por unos segundos y volvía a repetir: «tué tué».

Me senté en la cama, tenso, con los ojos clavados en la oscuridad. Afuera, algo raspaba el tejado, como si unas garras buscaran entrada. Luego, el batir de unas alas —grandes, pesadas— rompió el murmullo de la lluvia.

De nuevo escuché la voz, más lejos, pero aún clara.

—Tué… tué…

Todo me resultó muy extraño, así que decidí contarle a la abuela lo que había oído.

Al día siguiente, tras la rutina habitual, estábamos comiendo todos sentados alrededor de la mesa cuando recordé lo ocurrido. Le conté a mi abuela lo que había escuchado, pero antes de terminar ella se persignó, y el tío Carlos me miró asombrado y algo asustado.

—¿Qué pasa? —pregunté sorprendido.

—¿Seguro que fue eso lo que oíste? —me preguntó mi abuela.

—Sí. ¿Por qué? ¿Qué sucede?

—Fue un Tué Tué. Es un ave maldita —respondió el tío Carlos, que rara vez hablaba durante la comida.

—¿Un pájaro? —dije, extrañado—. Pero literalmente decía «tué tué» con voz de persona. No sonaba como un pájaro.

Un silencio incómodo llenó la habitación mientras la abuela y el tío Carlos se miraban.

—¿Qué es un ave maldita? —preguntó Daniela.

—Mejor terminemos de comer y después les cuento la historia del Tué Tué —dijo la abuela.

 

 

Cuando Paloma terminó de fregar los platos, la abuela se preparó una infusión de tila y nos llamó al pequeño salón. Era la única parte de la casa bien cuidada, con bonitos muebles, y no estaba pensada para labores del campo. Aunque siempre tenía algo mejor que hacer, el tío Carlos también estaba allí. La abuela nos pidió que nos sentáramos a su alrededor, adoptó una postura de maestra y comenzó:

TueTue

—El Tué Tué forma parte de la mitología chilena…
—¿Qué es mitología? —interrumpió Daniela.
—Son cuentos que se pasan de abuelas a nietos, que tratan de enseñar algo o entretener a la familia durante las largas noches de invierno. El Tué Tué es uno de esos cuentos. Dice la leyenda que es un pájaro oscuro, casi negro, con cabeza de hombre, y que si lo escuchas debes decirle «¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí! ¡Fuera de aquí!» tres veces. De lo contrario, la mala suerte caerá sobre la casa. Tampoco debes decir su nombre tres veces, porque entonces te escuchará y vendrá.

Y cuidado si lo oyes justo en la noche de San Juan, cuando empieza el invierno… porque ahí, dicen, es cuando más ronda. Hay quienes juran que tras su canto se escuchan lamentos, pasos, o que se rompe algún vidrio sin razón. Y si anda cerca de tu casa, más vale que nadie esté enfermo, porque puede llevarse a alguien con él.

El silencio volvió a llenar la habitación mientras mis hermanas y yo pensábamos en el Tué Tué.

—Esto de la mitología me recuerda mucho a Dios —le dije a la abuela, después de que el ruido de la lluvia rompiera el silencio—. Pero, a diferencia de Dios, al Tué Tué sí lo he escuchado.
—Hay personas que también escuchan a Dios —respondió ella.

Estaba a punto de replicar que las probabilidades de que Dios o el Tué Tué existieran eran las mismas que las de Papá Noel, el Viejito Pascuero o Zeus, cuando el tío Carlos habló:

—Cuando yo tenía más o menos tu edad, también escuché al Tué Tué. Al día siguiente, mientras ayudaba a mi padre con los cerdos, uno de ellos me mordió la mano y me arrancó tres dedos —dijo levantando su mano izquierda, donde solo tenía el índice y el pulgar.

Casi me lo creí, hasta que noté la mirada pícara que le lanzaba a mi abuela, típica de cuando contaba alguna de sus bromas. Tras unos segundos de silencio, solo roto por la lluvia en el tejado, ambos estallaron en carcajadas.

—¡No es justo! —gritó Paloma—. ¡Me lo estaba creyendo!

Daniela, sonriendo ampliamente, se levantó y abrazó a la abuela. Rara vez la veíamos reír, especialmente ahora que nuestros padres estaban encarcelados y siendo torturados.

—Entonces, ¿qué pájaro fue el que escuché diciendo «tué tué»?
—Ninguno. El Tué Tué es solo una historia de esta tierra. No existe; solo sirve para contar cuentos.
—Pero yo lo oí, y en Valparaíso no existen los Tué Tué. Ni siquiera conocía la historia.
—Bueno, si realmente has oído al Tué Tué, serías el único que conozco; pero, de todas maneras, te recomiendo que no digas su nombre tres veces.

Esa contestación de mi abuela me dio mucho en qué pensar. ¿Significaba que, al final, ella sí creía que ese ave podría existir, o nuevamente me estaba tomando el pelo? Para mí solo había una forma de solucionar esta duda: repetir el nombre tres veces. Pero, entre una cosa y otra, pasaron los días, luego semanas, y estas hicieron meses, y sin casi darme cuenta ya estaba en verano.

Una tarde de mucho calor, para refrescarme, me subí a una rama muy alta del gran níspero. Siempre trepaba con cuidado, buscando que manos y pies se aferraran al tronco o a las ramas antes de dar el siguiente paso. Llegué con facilidad a la rama, que tenía la forma perfecta para tumbarse sin caerse, y estaba a suficiente altura para notar cómo se mecía el árbol con la brisa.

TueTue

Después de un rato, el sol se escondió detrás de la Cordillera de la Costa y empezó a oscurecer poco a poco. Estaba totalmente relajado, viendo cómo aparecían las estrellas, cuando oí un ave nocturna y recordé la historia del Tué Tué. Repetí su nombre tres veces. Debo aclarar que me puse algo nervioso, pero pasó el tiempo y no apareció nada. Tras un buen rato de espera me aburrí y me dediqué a ver qué constelaciones podía reconocer.

—¿Qué quieres? —dijo una voz justo a mi lado.

Casi me caigo del susto, pero, a pesar de ya no ver el suelo, recordé la altura a la que estaba y me sujeté bien antes de mirar en esa dirección, esperando encontrar a algún desconocido o a Paloma imitando alguna voz extraña. No vi nada y sabía que Paloma no llegaba a esa altura del árbol, y menos en la oscuridad de la noche.

—¿Qué pasa? ¿Eres sordo? Te he preguntado qué quieres —repitió la voz.

Me di cuenta de que venía de un poco más arriba. Era imposible: las ramas eran demasiado delgadas para soportar el peso de una persona. Al mirar, vi que había un ave entre las ramas que me observaba fijamente con unos enormes ojos.

—Tú eres el Tué Tué.
—Y tú eres un poco tonto. Claro que soy el Tué Tué. ¿Cuántas veces has visto pájaros que hablan?
—Pero no tienes cabeza de hombre.
—Y por lo lerdo, parece que tú tampoco —me contestó.

Me quedé observando al ave unos segundos. Regularmente miraba hacia otros sitios con un giro amplio de la cabeza, y con esos ojos me recordaba mucho a un búho.

—Tú eres un búho común y corriente. No un Tué Tué.
—Y tú más tonto de lo que pareces. ¿Cuántos búhos conoces que gritan por la noche «tué tué» y saben hablar? —me dijo—. Me estoy hartando de ti. O me dices por qué me has llamado, o te daré tanta mala suerte que no llegarás al suelo vivo.

Comencé a tomarme la conversación en serio. No podía negar mis ojos ni mis oídos, así que no tuve más remedio que aceptar que los Tué Tué sí existían. Le hablé con el respeto que se esperaba de mí al tratar con las personas mayores de la familia.

—Mis disculpas, señor Tué Tué. Lo llamé porque mi abuela me dijo que usted no existía y quería saber la verdad. Pero ahora que veo que sí existe, quiero saber por qué me gritó «tué tué» ese día de lluvia en el invierno.
—Tu abuela es una persona muy sabia. Escucha lo que te dice y aprende —me contestó, creando una paradoja en mi mente, ya que me había dicho que este ser, con el cual estaba hablando, no existía, y el mismo ser me decía que mi abuela tenía razón. No dije nada porque seguramente me llamaría estúpido por una cosa u otra.

—Pero, ¿por qué hizo su canto para mí?
—¿Eres de izquierdas o alguien de tu familia lo es, verdad? Pues ya sabes que en este país, en estos días, eso basta para que la desgracia llegue a tu puerta. Los soldados y los hombres de uniforme están cazando a quienes piensan distinto, y mientras más indefensos son, más disfrutan haciéndoles daño. Mi canto no trae mala suerte… solo te advierte de la que ya ronda sobre ustedes.
—Por lo cual no necesito que vengas tú y me des un susto de muerte por algo que ya ha pasado —le respondí, algo enfadado y perdiendo mi tono educado.
—Mi canto no trae mala suerte. Eso es imposible. Pero, como todo el mundo cree que sí, aprovecho para tratar de avisar a las personas de cosas malas que les pueden ocurrir. Con suerte, el aviso les llega antes de que ocurra.
—¿Diciendo «tué tué»? Eso no tiene sentido. ¿Cómo pueden saber que los militares van a ir a por ellos?
—Todos los chilenos me conocen… bueno, excepto tú. Así que se deberían dar cuenta, y si no, no es problema mío.
—¿Entonces tú sabías lo que le pasó a mis padres antes de que ocurriera? —pregunté, con un nudo en la garganta que no esperaba.

El Tué Tué se quedó en silencio un momento. Parecía evaluar mis palabras con esos ojos enormes e inmóviles.

—Claro que lo sabía. Pero no vine por ellos. Vine por ti.
—¿Por mí?
—Sí. Porque tú eres el que va a recordar. El que va a contar esto. El que no se va a tragar el cuento de que «no sabíamos nada», o «eso ya pasó». Tú vas a escribir lo que pasó. Y eso… es lo único que me interesa.
—¿Yo? ¿Por qué yo?
—Porque tú eres el que escucha. El que pregunta. El que recuerda. A tus padres les tocó algo horrible, sí… pero tú serás quien lo cuente. Y aunque ahora no lo entiendas, eso también es importante.
—¿Contarlo a quién?
—A quien haga falta. A ti mismo, si no hay nadie más. Pero créeme, siempre habrá alguien. Aunque sea solo un gato curioso, una mujer hermosa de ojos marrones claros, una niña en bicicleta, tu suegra cuando ya esté mayor, o lo pongas en un cuento que leerá la niña esa de la bicicleta.

Me quedé callado, tratando de digerir todo eso. El Tué Tué inclinó la cabeza y se burló suavemente:

—Vamos, no pongas esa cara. No eres el único niño que ha hablado conmigo. Pero sí uno de los pocos que no ha salido corriendo gritando. Eso tiene mérito, aunque será porque, si lo haces, te caerás del árbol… jajaja.
—¿Y tú… siempre eres tan pesado y hablas así de mal?
—¿Mal? ¡Yo soy encantador! Solo que no tengo tiempo para tonterías humanas. Me gusta ir al grano. Las cosas feas duelen menos cuando se dicen rápido. Y mejor si es con un poco de humor negro, ¿no crees?

Yo no sabía qué decirle, así que solo asentí.

—Ah, y no olvides esto: la mala suerte solo le llega desprevenido al que no escucha. Tú sí escuchaste. No seas tan tonto como pareces.

 

En la distancia, oí la voz de Paloma gritando:
—¡Álvaro! ¿Dónde estás? ¡La mamita dice que es hora de cenar!

Abrí los ojos de golpe. Me había dormido. El cielo estaba más oscuro, con tonos azules y las primeras estrellas anunciaban el fin del día. La brisa del níspero me acariciaba la cara. Por lo visto, todo había sido un sueño.

—¿Estás arriba de ese árbol? ¡Recuerda que a la abuela no le gusta que subas! —añadió mi hermana, ya más cerca.
—¡Sí, estoy aquí! ¡Ahora voy! —le contesté, aún con la voz medio dormida.

Me incorporé en la rama, sacudí las hojas secas de la camiseta y, justo antes de empezar a bajar, lo vi.

Allí, en una rama del níspero, a apenas un metro de mí, un búho Concón me observaba en silencio. Era grande, de plumaje oscuro y ojos tan inmensos como tranquilos. No se movió. No pareció asustarse. Solo me miraba, como si me reconociera.

Mientras bajaba con cuidado, el búho giró la cabeza siguiendo cada uno de mis movimientos. Cuando mis pies tocaron el suelo, batió las alas con suavidad y se elevó en el aire.

Desde lo alto, emitió un canto claro, inconfundible:
—Tué… tué…

Y se perdió entre los árboles.

 

Epílogo

 

A veces, los cuentos no son solo cuentos. A veces son la única forma que tenemos de hablar de lo que no se puede decir en voz alta.

Los niños no deberían conocer el miedo que trae una bota militar. Ni aprender a distinguir entre el zumbido de una abeja y el de una bala.

Pero cuando los adultos olvidan su humanidad…
Cuando un uniforme se cree dueño de las verdades, son ellos —los más pequeños— quienes cargan con las cicatrices invisibles.

En los conflictos como el de Chile, como el de Gaza, como tantos otros sin nombre ni justicia… el Tué Tué no es quien trae la mala suerte.

Solo canta para que no digamos después: “No sabíamos nada.”

 

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Comentarios

3 Comentarios

  1. Julia Elizabeth Ávila Molina

    Alejandro,

    Me encantó por la sabiduría del Tué Tué, y me trajo recuerdos tristes de aquello que tuvimos que vivir en Chile.

    Yo, como tía, tuve que investigar dónde estaba mi hermana; no aparecía en las listas de los prisioneros: estaba desaparecida.
    Después de tanto buscar, una profesora de ella, por medio de su marido —abogado de la Democracia Cristiana—, logró que tuviera la libertad.

    Gracias, mi querido sobrino, regalón mío. ❤️

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  2. Dominique Q.

    Bonito «cuento» que termino siendo una realidad, para vosotros Chilenos
    Un saludo Alejandro
    Dominique

    Responder
  3. Dolores Póliz López

    Me encanta el relato, como todos los que escribes.

    Responder

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