MACROCONCIERTO

Una aventura musical

Un trabajo inesperado.

Hay momentos en que la vida abre puertas o ventanas a personas o situaciones que están tan alejadas de tu día a día que jamás imaginas como son, pero miras por esa ventana o cruzas esa puerta y entras a otra realidad. Eso es lo que me ocurrió a mí hace unos años.

Estaba sin trabajo regular con una incertidumbre económica agobiante, pero aprovechaba mi tiempo libre ayudando en lo que podía a la asociación Sosterra de Colindres. Un día Pedro, que era uno de los socios, me preguntó si me interesaba un trabajo de unos cuatro días como conductor de lanzadera. Necesitaban alguien que dominara inglés para transportar pasajeros VIP que venían del extranjero. Yo, que necesitaba el trabajo, no dudé en decirle que sí, que estaba muy interesado.

La verdad es que no lo pensé mucho, intuyendo que sería conducir un coche llevando gente a diferentes sitios, pero resultó ser algo más interesante que eso. Lo primero fue el horario. Debía empezar a las ocho de la tarde y terminar a las seis de la mañana, y lo que tenía que conducir era una furgoneta Vito de nueve plazas. Empecé una semana antes a cambiar mi horario de sueño para que cuando comenzara, poder dormir de día y estar despierto de noche. Cuando llegó mi primer día de trabajo, lo primero que debía hacer era ir a buscar la furgoneta a una empresa de alquiler de coches en el centro de Bilbao. Hice todo el papeleo y me entregaron las llaves. Yo que he tenido malas experiencias con este tipo de empresas lo primero que hice fue sacar fotos a cada uno de los rayones y arañazos que tenía la furgo y mostrárselos al de recepción. Lo apuntó en un papel y me dio una copia. Con eso quedé contento. 

una aventura musical

La furgoneta era amplia y cómoda. Puse el destino en Waze, y este me llevó por calles que desconocía y terminé subiendo por una donde solo entraba un vehículo y muy empinada hasta el monte Cobetas (Kobetamendi). Tuve dudas de la furgo, pero subió sin ningún problema a pesar de la cuesta. Al llegar arriba, me di cuenta de lo enorme que era la instalación y me costó encontrar donde debía ir, así que llamé a la encargada que me dio las explicaciones que necesitaba. Estaba un poco escondido en la parte de atrás de los escenarios, literalmente el backstage. Un sitio bien montado, con sillas , sillones, máquina de agua y bebidas calientes y un pequeño bar restaurante. Parte cubierto por si llovía, bien iluminado y limpio. Al fondo había una construcción estilo oficinas prefabricadas con una pequeña recepción. El resto eran camerinos donde los artistas podían cambiarse o dejar sus cosas. Eso sí, para poder llegar allí había que pasar unos cuatro controles de seguridad. 

Antes de ir a la recepción miré bien como funcionaba la furgo. Desde los controles de conducción a mover los asientos en todas sus combinaciones posibles. Me habían dicho que algunos artistas venían con sus instrumentos y necesitaban espacio. Cuando me sentí cómodo con el funcionamiento de todo, me acerqué a la recepción donde me indicaron la oficina de la empresa de lanzaderas. Había varias personas trabajando, pero el peso de organizar las furgonetas lo llevaba dos mujeres que estaban al teléfono constantemente.

Después de presentarme, rápidamente empezamos con la planificación de los viajes. Yo sería responsable de unos ocho grupos o personas individuales. Desde ir a buscarles al aeropuerto, llevarles al hotel, desde el hotel al recinto, desde camerinos al escenario correspondiente y también lo mismo en la dirección opuesta. Todo sincronizado con otros conductores. Al acabar la planificación me dí cuenta que se notaba mi edad y que pertenecía a otra generación ya que al mirar la lista de nombres, me di cuenta de que a pesar de haber crecido escuchando música anglosajona, no conocía a absolutamente nadie. Ni siquiera a los grupos o cantantes españoles.

Volví a la furgo, me senté a esperar un rato aprovechando para mirar de nuevo la lista de nombres. El único que me sonaba de algo era Liam Gallagher, pero no me acordaba de qué. El resto eran Suede, Modeselektor Live, Slaves, The Voidz, Brockhamptom, Hot Chip, Rosalía, Idles, HVOB, Vince Staples, Kero Kero Bonito, Alicia Carrera y por último Cut Copy. Nada, todos unos desconocidos.

Encendí el motor y fuí al hotel Jardines de Albia a por Liam Gallagher pero al llegar, este prefirió viajar con el resto del grupo y no el la furgo VIP, así que no conocí al único que me sonaba de algo. Como tenía un poco de tiempo le envié un whatsapp a mi hijo que sabe de músicos a ver si conocía alguno, pero solo conocía a unos pocos, incluyendo a Liam Gallagher que era el cantante de Oasis y por eso me sonaba el nombre, pero ahora tocaba en dos grupos diferentes. Ya no me sentía tan mayor al ver que mi hijo tampoco conocía a la mayoría. Lo que sí me explicó es que la tal Rosalía era muy famosa.

Me volví a la zona de músicos viendo por el camino que las colas para entrar eran enormes. Excepto alguno más mayor, todos y todas las de la cola eran personas muy, muy jóvenes. Ya en ese momento empezaban a dejar basura por todas partes, tanta que horas más tarde un músico me comentó lo sucio que estaba todo cuando pasábamos entre montículos de casi un metro de altura de plásticos a orillas de la carretera. Un fallo importante en la organización del evento.

London Suede

Fui a la cabina de la organización de los conductores para confirmar la próxima recogida y la tenía bien apuntada. Debía recoger a London Suede del hotel Indautxu. Como tenía cinco minutos aproveche para conectar mi teléfono al Bluetooth de la furgo y poner mi playlist de la ELO. El estilo de música que venía de los escenarios empezaba a ser muy diferente a mis gustos de ya algunos añitos y quería algo conocido. Llegué al Indautxu con algo de tiempo, me bajé de la furgoneta. Al poco tiempo llegó otro vehículo de la empresa también a esperarles, por lo que supuse que serían varias personas. Después de unos 10 minutos salieron unos cinco hombres jóvenes con pinta de ingleses.

— You lot Suede? — (¿Vosotros sois Suede?), les pregunté de una forma demasiado informal para tratar a un desconocido, pero si se lo tomaban bien, podía ser cercano.

— Yes! — me contestó uno que venía enfrascado en una conversación con otro.

— I’m your driver to the concert backstage. — (Soy vuestro conductor al backstage del concierto.) les dije mientras abría la puerta. Subieron todavía conversando. El resto del grupo se subió en la segunda furgoneta.

— Excuse me. — (Disculpar) les dije interrumpiendo la conversación. —Are we waiting for anyone else?— (¿Esperamos a alguien más?).

— No. It’s just us. — (No, solo nosotros.).

— Thanks, and by the way, do you mind if I put some music on? I have to tell you though that in this van we only listen to the ELO. — (Gracias. ¿Os importa si pongo algo de música? pero os debo decir que en esta furgo solo se escucha a la ELO.).

— Sure, no problem. My mum loves the ELO. I know most of their songs. — (Ningún problema. A mi mamá le encanta la ELO. Sé casi todas sus canciones). me dijo uno de ellos.

— A woman with good taste. — (Una mujer de buen gusto), le dije sonriendo por el retrovisor.

Salimos dirección al macroconcierto, yo tarareando canciones y asegurándome de que cada aceleración y frenada fueran lo más suaves posible. En un momento se puso a sonar Wild West Hero y me puse a cantarla en bajito para no molestar a los dos que no paraban de conversar. De pronto uno de ellos dejó de hablar, se giró hacia mí y se puso a cantar conmigo.

— You know that? — (¿Conoces eso?) le preguntó su compañero.

— Sure!. Don’t you? — (Sí claro. ¿Tú no?).

— Never heard of it. — (Nunca la he oído) le contestó, pero el otro ya estaba cantando de nuevo.

Allí estaba yo, cantando Wild West Hero con alguien de un famoso grupo inglés por las calles de Bilbao. Su compañero lo miraba alucinado de que supiera una canción desconocida para él, pero conocida por el conductor español de la lanzadera. Llegó el final de la canción y como si nada su amigo paró de cantar y siguió con la charla. Al llegar arriba les ayudé a pasar los controles de seguridad y les dejé en la recepción de artistas.

— Thank you! — (¡Gracias!) me dijeron a modo de despedida.

— ¡No problem! Have a good one! — (De nada. ¡Pasarlo bien!) les contesté ya pensando en mi siguiente pasajero.

Slaves

No recuerdo si eran las dos o tres de la mañana cuando me tocó recoger junto a otro compañero conductor, al grupo Slaves y sus músicos. A mi me tocó llevar desde el área de backstage al hotel en el centro de la ciudad al equipo acompañante del dúo. Eran unas seis personas, cuatro mujeres y dos hombres. Salí del recinto, y ya bordeando todo el área del macroconcierto para empezar a bajar del monte dirección Bilbao, recordé que todas las lanzaderas debíamos usar las calles pequeñas y desconocidas pero yo solo me había aprendido la subida en Google Maps y no la bajada. De todas maneras esperaba que Waze me llevara por el camino correcto. Todavía se escuchaba la música del anfiteatro más cercano cuando llegué a un cruce donde la carretera se separaba en dos más pequeñas con una uve muy cerrada. Waze me decía que siguiera recto pero una de las opciones no salía en el mapa. Me detuve y observé los dos caminos. Eran carreteras de monte muy estrechas y aparte de la luces de la furgoneta, todo estaba en la más absoluta oscuridad. Me di cuenta que mis pasajeros habían parado de hablar así que apunte con el dedo a la pantalla de mi teléfono y fui honesto. Les dije en inglés:

— Solo hay un camino en el mapa, pero dos en la realidad. Tengo que decidir cuál es el correcto. —

— ¿No conoces el camino? —. me preguntó una de las mujeres.

 

— No. Normalmente para subir al evento se utilizan las carreteras principales, anchas y bien iluminadas, pero están cerradas durante los conciertos. Son solo para vehículos de emergencia. — le contesté.

 

Aposté por coger el camino de la izquierda, que era por donde se vislumbraban a lo lejos las luces de la ciudad. Poco metros más adelante entramos en lo que parecía un pequeño pueblo o grupo de casas que apareció de pronto de la oscuridad iluminado por los faros. Tenía las casas tan juntas que casi no cabíamos. Me dí cuenta que ese era el camino equivocado y decidí dar la vuelta en el primer sitio que pudiera, así que seguí avanzando entre las casas. En un momento salí del pequeño pueblo y me encontré con que la calle bajaba una cuesta tan empinada que paré sin creer que ese era un camino para vehículos. 

 

— Oh my god! — dijo una de las mujeres que estaba en el asiento del pasajero.

 

— ¿Qué vas a hacer? — me preguntó en Inglés.

 

Más abajo a unos veinte metros el camino tenía una salida a la izquierda y podía ver una área con coches aparcados donde había sitio para dar la vuelta. Estuve a punto de quitar el freno y empezar a bajar cuando me vino una sensación de Deja Vu muy fuerte y nada agradable. Me extrañó mucho ya que de una cosa estaba seguro, nunca había estado allí antes. De pronto lo recordé, era un sueño que había tenido hace bastante meses.

 

En el sueño yo estaba conduciendo una furgoneta llena de gente por un sitio oscuro y necesitaba dar la vuelta para volver atrás, pero me encontraba con una cuesta increíblemente empinada aunque tenía la posibilidad de bajar y meterme en una especie de parking y dar la vuelta. Tenía la ventana bajada mientras lo pensaba cuando una pareja pasó por mi lado caminando y la mujer que me ve mirando la cuesta me dice:

 

— Puedes bajar y dar la vuelta en el parking de los vecinos. Impresiona más de lo que es. — y siguió caminando.

 

Le hice caso y bajé con cuidado. Entré en el parking que era bastante más pequeño de lo que parecía desde arriba, pero logré dar la vuelta. Al salir y coger la cuesta arriba, las ruedas delanteras empezaron a patinar y la furgo poco a poco empezó a irse hacia atrás. Antes de perder el control volví a meter la camioneta en el parking y me bajé. La cuesta parecía mucho más empinada desde afuera. Veo bajar un señor de unos cuarenta años que se acerca, mira la furgoneta y me dice que no voy a lograr salir. La furgoneta tiene tracción delantera y la carretera está húmeda. Mejor llamar a la grúa.

 

Ahora, sentado mirando la cuesta, reconozco el lugar. Era exactamente el mismo que el de ese sueño. Bajo la ventanilla para mirar mejor y oigo unas voces que se acercan por el lado de la furgo. Son una pareja que vienen conversando. Ella, cuando están a mi altura, me dice sonriendo:

 

— Puedes bajar y dar la vuelta en el parking de los vecinos. Impresiona más de lo que es. — y los dos siguieron caminando bajando la cuesta empinada. 

 

La sorpresa fue mayúscula. Me quedé mirándoles con la boca abierta mientras seguían bajando. Lo que me dijo en el sueño premonitorio había sido exactamente lo mismo, cosa que me ayudó a tomar una decisión. No le iba a hacer caso. Puse la marcha atrás y poco a poco empecé a volver. Pasar por sitios angostos marcha atrás subiendo una cuesta empinada es bastante difícil, sobre todo con una furgoneta tamaño Vito. Tengo que agradecer que mis pasajeros me ayudaron todo el camino, principalmente gritando que le iba a dar a la pared de las casas cuando me acercaba mucho. Los sensores de proximidad de la furgo no ayudaban al estar pitando todo el rato, pero diez minutos más tarde llegamos al cruce. Cuando mis pasajeros se dieron cuenta, los aplausos fueron instantáneos.

 

— ¡Gracias! Y gracias por vuestra ayuda. — les dije en Inglés, y lo decía con honestidad ya que el volumen de los comentarios de “¡¡Le vas a dar!!“ fue directamente proporcional a la distancia con las paredes. Mucho más eficaces que los sensores de proximidad.

Cogí la segunda carretera que casi inmediatamente se hizo más grande y aparecieron hasta algunas farolas. Me alegré de haber recordado ese sueño. Pude dejar a mis pasajeros sin problemas en su hotel de Bilbao y después volver a Kobetamendi. No volví a equivocarme en ese cruce.

The Voidz

La segunda noche tuve que ir a buscar, a un escenario algo más alejado del resto, al grupo The Voidz que habían acabado de tocar y había que llevarlos al área de camerinos de los músicos. Me llamó la atención que al llegar no me dejaran pasar inmediatamente al backstage, pero cuando pasé el control de seguridad me dí cuenta del porqué. Para llegar a la parte de atrás del escenario tenía que cruzar unos cien metros del área a la que tenía acceso el público. Un guardia de seguridad avanzó delante de la furgo despejando el camino. No había mucha gente ya que la mayoría estaba más cerca del escenario escuchando a los músicos. Llegamos a un segundo control de seguridad tras el cual estaba ya el backstage del escenario. Era un área pequeña en comparación con los demás escenarios y estaba llena de gente. Ví que junto a los baños había algo de sitio, donde acabé metiéndome de culo cuesta arriba entre unos árboles. Estuve esperando casi una hora a que acabaran de tocar, así que mientras tanto me quedé escuchando a la ELO y fumando algún cigarrillo. 

 

Cuando la música paró, bajé la furgoneta a un sitio más llano y les esperé. El trajín de gente era constante pero a nadie le importaba que yo estuviera en medio. Finalmente empezó a llegar gente del grupo y después de un buen rato ya estaban todos, así que cerré todas las puertas y monté en mi sitio. Me acerqué al control de seguridad donde el guardía me hizo señas para que bajara la ventanilla.

 

— Lo siento, no te voy a poder acompañar. -— me dijo y apuntó hacia afuera.

 

La cantidad de gente era tal, que literalmente eran una pared humana.

 

— ¿Crees que vas a poder pasar? —

 

— Creo que sí. — le respondí. La mayoría estaba charlando y bebiendo. Yo sabía que la gente se suele hacer a un lado cuando viene un vehículo, así que aposté por ello. Pero por si acaso pulse el botón de cerrar todas las puertas con llave.

 

Empecé a avanzar y efectivamente cuando la gente veía acercarse la furgoneta se echaban a un lado. Iba muy, muy  lentamente, pero sin parar. Dando tiempo a todos a que vieran las luces, se dieran cuenta de mi presencia y se apartaran sin agobios. Pero no se separaban más de medio metro y enseguida volvíamos a estar rodeados de un mar de gente. Vi a más de uno tratando de abrir las puertas para ver a quien llevaba dentro, pero les miraba por el retrovisor y les hacía la señal de “No” con el dedo, sonriendo. Soltaban una carcajada y lo dejaban. Menos mal que había cerrado con llave.

 

Seguimos avanzando lentamente envueltos en la oscuridad y separando el mar de gente con las potentes luces de la furgo. No habíamos llegado a mitad de camino del segundo control de seguridad cuando a pesar de que todo el mundo se hizo a un lado, justo frente a nosotros quedó una joven pareja. Una pareja totalmente absorbida en un beso interminable. Avancé un poco más pero me tuve que detener ya que estaban tan metidos en ese beso que ni sabían que ahora ya no estaban rodeados de gente y que la privacidad de la oscuridad había sido reemplazada por dos potentes focos que les iluminaban de lleno. Era una situación irreal. Un beso  que empezó en la privacidad de la multitud a oscuras ahora estaba en el foco de las luces y eran el centro de atención de todos los que les rodeaban. No sabía muy bien qué hacer así que puse las luces altas, que seguro que las verían aunque tuvieran los ojos cerrados, solo viviendo el momento de ese increíble beso, pero no se enteraron de nada. La verdad es que yo nunca había visto un beso así. Ni en la realidad ni en ninguna película. Era totalmente apasionado donde solo existían ellos, pero lleno de amor y ternura y no tenía fin. Seguía y seguía como si los dos se hubieran reencontrado después de mucho tiempo. Generaban una magia que impregnaba a todos los que les miraban, incluyéndome a mí que estaba fascinado. De pronto me doy cuenta que hay gente susurrando y algo me roza el hombro.

 

— This is so cool. — (Esto es una pasada) dice una voz justo detrás mío, me giro un poco para ver quien era pero veo por lo menos cinco brazos estirados hacia adelante con móviles encendidos, grabando a la pareja. Algunos estaban comentando la situación, así que me di cuenta que ese mágico beso estaba saliendo por las redes sociales de alguno de los músicos. No me pareció justo. Ese beso había nacido en la privacidad de la multitud sólo para ser vivido por esos dos chicos, no para salir en redes sociales de un grupo de músicos famosos. Le dí un pequeño golpe al claxon y uno de los chicos abrió los ojos. Sorprendido miró las luces, después a su alrededor, dándose cuenta que eran el centro de la atención, separó un poco al otro chico, le cogió la mano y le tiró guiandole hacia la seguridad de la oscuridad y en un segundo habían desaparecido entre la gente.

 

— That was amazing! — (¡Fue increíble!)

— It was brilliant! — (¡Fantástico!)

— I’m glad I got that! — (¡Qué bien que lo he grabado!) dijeron algunas de mis pasajeras y pasajeros, pero la verdad es que yo hubiera preferido que hubiera sido un momento solo para esos dos hombres jóvenes y apasionados. Una situación demasiado especial como para las redes sociales.

Brockhampton

El segundo día tuve que recoger del hotel en la ciudad a un grupo de esos típicos chavales jóvenes y guapos con música de buena coreografía pero de dudosa calidad, por lo menos para mi, que se supone suelen gustar a adolescentes. En las fotos parecían chicos de entre veinte y veinticinco años. Lo suficiente mayores como para gustar, principalmente a las adolescentes, pero no tanto como para parecer tan mayores y alejados de la realidad quinceañera. 

 

Llegué al hotel y aparqué la furgoneta encima de la acera que era muy ancha, pero preocupado de que me cayera una bronca por parte del hotel o de la Ertzaina. Me tranquilicé cuando ví un taxi que traía clientes y otras lanzaderas haciendo lo mismo ya que no había donde aparcar en la carretera. Había llegado casi treinta minutos antes, así que abrí la puerta para escuchar música desde afuera y acabé medio cigarrillo que me quedaba. Después lié uno nuevo para cuando tuviera algo de tiempo, pero la verdad es que fumo poco y me estaba empezando a saturar con los dos o tres que había fumado. Mientras liaba el cigarrillo me preguntaba cómo serían los miembros del grupo. Me imaginé jóvenes guaperas y chulos que era la imagen que este tipo de grupos, que en Inglés se les llama “boy bands”, suelen presentar.

 

Unos diez minutos antes de la hora de salida apareció en la entrada del hotel un hombre afro americano de aspecto fuerte, de aproximadamente un metro ochenta y el doble de ancho que yo con cara de estar buscando algo. Como había más de una lanzadera aparcada, le pregunté si era de Brockhampton.

 

— Excuse me. Are you from Brockhampton? — (Disculpe, ¿es usted de Brockhamptom?)

 

— Yes I am. — (Sí, lo soy) me contestó acercándose y estirando el brazo para darme la mano.

 

— I’m Will. I look after the boys. — (Me llamo Will. Cuido de los chicos.

 

Le dí la mano, algo extrañado de la formalidad con alguien que no era más que el conductor.

 

— Hi. I’m Alejandro. I’ll be your driver for today. — (Hola. Yo Alejandro y seré su conductor por hoy)

 

Antes de seguir con el relato. Os cuento que cuando vivía en Inglaterra, normalmente a los angloparlantes les decía que me llamaba “Alex” para hacerles la vida más fácil, aunque es el nombre que solo usan amigos y familiares, pero hace ya años que decidí que al igual que al resto del mundo, les diría que me llamo “Alejandro”. Al llegar a España vi como los hispanoparlantes se pelean con las “Hs” o con las consonantes que van juntas en un nombre en Inglés haciendo un esfuerzo en decirlo lo mejor posible, así que porqué no ellos también con mi nombre. Al principio era gracioso verles liarse con la “J” pero el resultado siempre fue positivo al ver que ellos también hacían un esfuerzo para pronunciar ese sonido.

 

— Hello Alejandro. Some of the boys are running a bit late. Hope that’s Ok? — (Hola Alejandro. Algunos de los chicos van un poco tarde. ¿Te importa?). Me fijé que la “J” la dijo casi perfecta, por lo cual supe que hablaba o sabía castellano bastante bien.

 

— Not a problem. Don’t worry, we have enough time. — (Ningún problema. No se preocupe que tenemos tiempo), le respondí.

 

Cuando después de un rato empezaron a llegar los chicos, me llevé una sorpresa. Eran muchísimo más jóvenes de lo que parecían en las fotos. Tenían un aspecto de tener entre catorce y diecisiete años. Al verles no me sorprendió que necesitaran un cuidador a pesar de comportarse todos muy formales. Incluso el último se disculpó a Will y sus compañeros por haber tardado.

 

Salimos del centro de Bilbao y ya subiendo la primera cuesta, solo rodeados de árboles y arbustos, oigo entre las conversaciones a alguien en los asientos de atrás que dice:

 

— Sir? Excuse me, sir? — (Oiga. Disculpe, señor.). Pensé que estaba llamando a Will, su cuidador/guardaespaldas. Después de unos segundos lo volvió a repetir.

 

— Sir? Excuse me? — Miré a Will, que iba sentado en el sitio del pasajero, pero no se daba por enterado.

 

— Sir? Excuse me, sir? — A la tercera supuse que era a mí a quien hablaba.

 

— I am sorry. Are you talking to me? — (Lo siento. ¿Me hablas a mí?)— le respondí con tono de disculpa/sorpresa.

 

— Yes. Sorry to bother you, but may I ask you a question? — (Sí. ¿Lo siento, pero le puedo hacer una pregunta?), me preguntó de manera muy formal mientras sus compañeros seguían conversando en voz baja.

 

— Sure. No problem. — (Claro que puedes) le respondí.

 

— Are there wild animals around here? — (¿Hay animales salvajes por aquí?)

 

Me dejó sorprendido por la pregunta. Pero claro, estábamos fuera de la ciudad, subiendo un monté empinado rodeados de árboles y algunos arbustos aferrándose a la caída escabrosa a nuestra derecha, pero yo no podía dejar pasar esa pregunta sin soltar algún chiste o tomarle el pelo. Pensé en algún comentario gracioso de algún político del PNV o de Revilla que se me paso por la cabeza, pero aquél chico que venía de alguna ciudad del otro lado del charco no los iba a entender, así que seguí respondiendo en Inglés:

 

— Solo se me ocurren lobos.

— ¿Lobos? — .  El silencio en la furgoneta fue instantáneo. Me di cuenta que seguramente me había pasado con la respuesta. Will me miraba con expresión de ¿Estas de coña, no?, así que le hice un guiño rápido sin que me vieran los de atrás. Se giró hacia la derecha y siguió mirando por la ventanilla, seguramente escondiendo una sonrisa, pero yo sabía que me había pasado. Había sido una pregunta honesta y seria, así que para no asustarlos, seguí:

 

— Bueno, aquí realmente no. Hace unos años se vio un lobo solitario algunas millas hacia el sur, pero no te preocupes. En España los lobos están aterrorizados de los humanos, así que con el concierto es imposible que se acerquen por aquí o muchas millas de aquí. —  

 

Una mentirijilla, pero algo de razón tenía. Unos dos o tres años antes alguien vio un lobo entre Karrantza y Cantabria y se montó una buena. Entre los comentarios de que los lobos ya llegan al pueblo, seguro que alguno habrá dicho hasta Bilbao, y como corrió la noticia por las redes sociales y periódicos, se montaron batidas enormes por varios sitios para matar al lobo. Al final este fue inteligente y nunca más se dejó ver.

 

— Thank you. — me respondió. —  Es que hace unos meses actuamos a las afueras de una ciudad en Estados Unidos y nos dijeron que tuviéramos cuidado con los osos. Pensé que estaban bromeando pero por lo visto los osos se acercan buscando comida y pueden atacar a las personas. —  

 

Menos mal que había arreglado la tomadura de pelo. Desde el punto de vista de un adolescente norteamericano y de ciudad había sido una pregunta totalmente honesta y realista. Digo de ciudad porque sé perfectamente que un norteamericano que no es de ciudad no haría esa pregunta.

 

— Cuando lleguemos al sitio del concierto verás que es muy seguro. Es grande y está lleno de gente. Hay seguridad y hasta policías. Olvida los animales salvajes y diviértete. —  

 

— Thanks. — me respondió.

 

— We will. — (Lo haremos) dijo otro chico. Los demás habían estado escuchando la conversación atentamente.

 

Llegamos al backstage VIP sin problemas. Will había subido antes para ver como era, así que ya lo conocía y sabía donde estaba todo. Los dejé allí y fui a por mi siguiente pasajero.

 

Regresé a por ellos unas dos horas más tarde para llevarles del backstage al escenario donde darían su primer concierto. Parecían otras personas. El cambio de actitud y de ropa les hacía verse más mayores y muchísimo más seguros de sí mismos. Llegamos a la parte de atrás del escenario donde como era normal había muchísima gente haciendo todo tipo de cosas. Desde unos descargando cajas, otros llevando bebidas y otras coordinando cosas por teléfono y tablet en mano. Todo en un movimiento constante. Los chicos se bajaron y subieron por una rampa a la entrada del escenario. Will se acercó a mí y me dijo:

 

— ¿Puedes esperar un rato? —  

 

Miré la planificación en mi teléfono y le contesté en su idioma, — Te puedo dar treinta minutos. ¿Es suficiente? —  

 

— Sí. Creo que sí. Te aviso. —   me dijo mientras se giraba y seguía a los chicos hacia el escenario.

 

No sé porqué me pidió eso, pero sospeché que existía la posibilidad de que tuviera que llevar a alguno de vuelta a camerinos. Años más tarde leí que en esa época el grupo estaba empezando a romperse, por lo cual podría ser que por broncas internas alguno no quisiera actuar, pero entonces no lo sabía, aunque daba igual. Mi trabajo era darles un servicio de transporte lo más eficaz posible y eso haría. Envié un Whatsapp a la coordinadora de las lanzaderas avisando que me quedaría media hora allí por petición del manager del grupo. Me contestó que perfecto.

 

Cerré la furgoneta y me dediqué a fisgonear por el lugar. Era la segunda vez que estaba en la parte de atrás, pero ahora en un escenario grande. El trajín de gente que no paraba, ahora entendí que tenía cierto orden. Cada uno haciendo su parte y todo encajaba tan bien que yo desentonaba y un guardia de seguridad se acercó y me dijo que si ya había dejado al grupo, ahora debía irme. Como con la gran mayoría de seguratas y policías, solo hay que responder muy seguros de uno mismo al estilo de “Estos no son los androides que buscáis”, así que le respondí con tono y lenguaje corporal muy seguro de mi mismo, —En mi caso debo quedarme media hora más.— . Dijo algo que no le entendí ya que justo empezó la música y volvió a su sitio al lado de la puerta de entrada.

 

No me sorprendió nada que se alejara ya que estábamos justo al lado de los altavoces y los bajos literalmente hacían que el estómago se moviera. Una sensación muy extraña y algo desagradable esa de que tu estómago baile por su cuenta, así que yo también me alejé y me puse más cerca del escenario donde estaban actuando los chicos. Al verles comprendí porque tenían que ser tan jóvenes. No paraban de bailar y dar saltos sincronizados constantemente por todo el escenario. El público, que no estaba a más de un metro de mí, les seguía cantando y bailando con ellos. Nos separaba una valla de unos dos metros de altura cubierta de esa tela verde que venden en las jardinerías, pero con muchos huecos, así que podía verles perfectamente. La gran mayoría mujeres muy jóvenes, casi todas con el vaso reglamentario de un litro colgando del cuello. Tan absorbidas por la música que no veían todo el teje y maneje del backstage a menos de dos metros de ellas.

 

Alguien me tocó el hombro y era Will para decirme que ya no era necesario que esperara, que nos veíamos más tarde y también mañana. Me dio las gracias y volvió a la parte trasera del escenario. Yo miré en mi teléfono la agenda para el día siguiente y efectivamente serían los primeros que tenía que recoger en Bilbao.

Salí de allí y volví a la zona VIP y de camerinos donde recogí a un importante productor de música británico, o por lo menos eso me dijeron, y lo llevé a su hotel. La conversación en el trayecto fue interesante. En un momento salió el tema de que la música actual sólo se basa en el dinero generado. Que se había perdido el espíritu original de la música rebelde que quería cambiar su propia realidad. Así que le di mi opinión de que productores como él también deberían dar apoyo, por lo menos un poco, a grupos alternativos para que su música llegue a personas que de otra manera nunca podrían escucharla. Me contestó que al final todos van a por el dinero, pero le contesté que era lo normal en una sociedad materialista y capitalista, pero de vez en cuando aparecían grupos como la KLF que quemaron un millón de libras que habían ganado porque el dinero no era la razón de su música.
Seguimos charlando hasta llegar al hotel y me agradeció mi opinión. Le había gustado mi visión de la industria de la música donde habría que dar apoyo a los que valoran el arte por encima del dinero. Por pocos que sean.

 

Al volver al macro concierto fui directo al backstage del escenario donde cantaban Brockhamtom, para ya llevarles al hotel. Al llegar todavía estaban actuando, así que aproveché para acabar de comer el bocadillo, que era mi “comida principal del día”, junto a un zumo de fruta y liarme un cigarrillo de picadura que se supone que es un tabaco de mejor calidad y menos aditivos. 

 

La música paró y después de un buen rato bajaron los chicos acompañados de Will. Se les veía muy cansados pero todavía con el subidón de haber hecho algo bien. No paraban de hablar y comentar cosas de las que no entendía nada. Salimos de allí, conduciendo con mucho cuidado no solo por esquivar las montañas de basura sino también porque la carretera estaba llena de gente y a muchos se les notaba que llevaban copas de más. En un momento dado cuando pasamos al lado de una colina a oscuras y algo escarpada, uno de los chicos gritó:

— ¡Mirad! ¡Hay gente echando un polvo allí! — 

 

Pude sentir como la furgoneta se tumbaba un poco hacia el lado derecho cuando todos se acercaron a la ventanilla para mirar donde apuntaba.

 

— ¿Dónde? — 

 

— Allí. Entre esos arbustos.— 

 

— Yo no veo nada. — , dijo otro.

 

— Mentiroso. — , dijo otra voz.

 

— ¡Yo creo que nos está tomando el pelo! —  Una tercera voz gritó desde atrás.

 

— ¡Os juro que los ví! — 

 

— ¿Qué viste exactamente? — , le preguntó Will girándose hacia atrás.

 

— Bueno, la verdad es que realmente no ví gente echando un polvo, pero sí ví un culo que subía y bajaba. ¿Qué otra cosa podría ser? —  Le contestó.

 

La carcajada fue genérica mientras volvían a sus asientos y la furgoneta volvía a estar horizontal. Un rato más tarde les dejé en el hotel todavía hablando entre risas del culo que subía y bajaba. Serían  mi primera recogida al día siguiente ya que actuaban más temprano.

 

 Me desperté como a las cuatro y media de la tarde, me duché y desayuné algo. Todavía con el sol brillando, salí tranquilamente y fui con tiempo de sobra a recogerles al hotel.

 

Aparqué un poco a desmano para no molestar a las demás lanzaderas y me dispuse a esperar los cuarenta y cinco minutos que me quedaban. No habían pasado ni cinco minutos cuando apareció Will en la entrada del hotel y vino a saludarme. Como siempre toda la conversación fue en inglés.


—  Hola Alejandro, has llegado antes. — 

 

— ¡Hola! Sí, tenía tiempo y decidí venir antes. No me gusta ir con prisas. — , le contesté de nuevo notando la buena pronunciación de “Alejandro”. Decidí empezar una conversación ya que me caía bien este hombre enorme y fuerte pero que trataba a los chicos con mucho cariño y respeto.

— Will, ¿Estabas en el ejercito o policía? Es que te comportas y mueves como si hubieras tenido una formación así, pero por otro lado tratas al grupo como un padre. — 

 

— Ejército y también podemos tratar bien a la gente. — 

 

— Si, por supuesto, pero no es lo normal en un trabajo. —  le contesté.

 

— No, pero estos tíos me caen bien. Son buenos chicos. — 

 

Decidí cambiar el rumbo de la conversación así que le pregunté:

 

— ¿Dónde aprendiste a hablar en español? — 

 

Me miró por unos segundos, seguramente tratando de recordar donde yo le había oído hablar español, decidió que no había pasado, así que le había pillado sólo escuchándole y por observación. Me contestó:

 

— En el colegio. También tengo amigos que hablan español. —  y siguió, seguramente para demostrar que él también era observador:

 

— ¿Por qué tienes acento Inglés? — 

 

Le miré con cara de “Touché” y le sonreí.

 

— Crecí allí. Mi madre era una refugiada política de Chile. —  le dije. Su cambio de postura corporal me hizo saber que él sabía de historia latinoamericana y seguramente que el gobierno de los Estados Unidos había sido el principal causante del golpe de estado de Chile y él acababa de decirme que había trabajado para ese mismo gobierno. Me miró, bajó los ojos y después volviendo a mirarme me preguntó:

 

— ¿Fue duro? —  Era obvio que no me preguntaba acerca de crecer en Inglaterra, sino de haber vivido el golpe de estado y tener que dejar el país.

 

— Para mi madre fue muy duro. Cárcel, torturas y exilio. En Inglaterra echó mucho de menos a su familia. —  Le contesté, sabiendo que él sabía perfectamente que era directa o indirectamente responsable de situaciones iguales en alguna parte del mundo. Solo por haber trabajado en el ejército. 

 

— Una época difícil para Latinoamérica. Mi país está claro que no ayudó. —  me contestó y después me preguntó, — ¿Cómo fue tu experiencia?

 

— Bueno, solo era un niño, pero fue duro ver a los adultos tan asustados y ver cómo se llevaban a mis padres detenidos, me marcó. —  Iba a seguir pero me interrumpió.

 

— Lo que quería decir es si tu vida fue positiva en Inglaterra y España. ¿Te arrepientes de haber crecido en Europa? — 

 

La verdad es que lo primero que pensé fue que estaba tratando de esquivar el bulto, pero su mirada era honesta y ese bulto realmente no le correspondía. Me caía bien Will, era una buena persona y a las buenas personas hay que cuidarlas, así que decidí no meterme con él contándole algunas de las cosas malas de crecer como exiliado político. Por alguna razón sospeché que de todas maneras lo sabía perfectamente.

 

— Bueno, cambia la manera de mirar el mundo. De lo primero que te das cuenta es que no hay ningún país mejor que otro. Muy útil cuando vives en diferentes sitios, pero en general ha sido una vida positiva. Tengo amigos, me casé con una mujer muy hermosa y simpática, y tengo dos hijos fantásticos. Así que no me puedo quejar. Estoy seguro que hubiera tenido una buena vida en Chile, pero no cambiaría la que tengo ahora, y de todas maneras llevar a vosotros de un sitio a otro es divertido. —  le contesté sonriendo. Me iba a decir algo cuando empezaron a salir los miembros del grupo del hotel e inmediatamente Will empezó a organizarles.

 

Les subí al área del concierto, pensando en seguir la charla con Will cuando tuviera que bajarles, pero esa fue la última vez que les vi.

Rosalía

Como os conté, no conocía a casi ninguno de los que debía llevar y esto incluía a Rosalía. Me enteré entonces y por mi hijo de que era famosa. La primera vez que la ví fue en el área VIP para los músicos. Estaba charlando con otro conductor cuando de pronto este me dice — Mira, allí va Rosalía. — Me giré y vi un grupo de unas cuatro mujeres. Era la que iba delante, más o menos de mi altura, bien vestida y muy guapa. Les hablaba a las otras tres que escuchaban atentamente lo que les estaba diciendo. Me llamó la atención una de ellas por lo mal vestida que iba en comparación a Rosalía y las otras dos mujeres, llevaba un pantalón de chándal rosa brillante, una sudadera con la capucha puesta y encima una chaqueta roja. 

 

— Es guapa. ¿Qué tipo de música canta? — le pregunté a otro conductor. Se fijó  donde estaba mirando y me contestó.

 

— Una especie de flamenco contemporáneo, pero no es la que estás mirando. Es la de atrás con el chándal rosa. — 

 

— ¿La que tiene pinta de groupie? — le pregunté sorprendido.

— Sí. La otra es su manager, que puede que sea su hermana. No estoy seguro. — 

 

Así que a pesar de pasar a pocos metros de mí, no supe qué aspecto tenía al no verle la cara. Solo vi una persona de aspecto joven y dudoso gusto en ropa, comparada con el resto de juventud que llenaba el macroconcierto, y que llevaba la cara tapada con la capucha de la sudadera.

Al día siguiente, caminando en dirección a la furgoneta, me volví a cruzar con ella. Iba caminando sola, pero me di cuenta de que era ella porque llevaba ropa muy parecida y todo el mundo la miraba. De nuevo no pude verle la cara por la capucha.

Esa noche había dejado a Brockhampton en el escenario donde tocaban, después de charlar con Will. Ya había llevado a algún productor o grupo a alguna parte del Monte Cobetas y estaba esperando un rato para ir a recoger a Will y sus chicos y llevarles de vuelta a su hotel. Sería el último viaje con ellos.

 

Aparqué la furgo y me hice un cigarrillo de liar, pero no había fumado ni la mitad cuando apareció una de las mujeres responsables de las lanzaderas con cara de preocupada y buscando algo. Había estado hablando con un grupo de personas que yo no podía ver bien en la oscuridad de la noche en el parking. Di una calada a mi cigarrillo y vio la luz.

 

— ¡Alejandro! ¿Cuándo es tu próximo viaje y con quién? — me preguntó.

 

— En una media hora tengo que llevar a Brockhampton al hotel. — le respondí.

 

— Lo siento, pero tengo que cambiar los planes. Una de las lanzaderas ha tenido problemas y no ha llegado a tiempo, así que necesito que lleves a ese grupo de allí al escenario principal ahora mismo. — 

 

— Pero eso significa que lo más probable es que no llegue a tiempo a recoger a Brockhamptom. — le respondí.

 

— Ya me encargo yo de eso. Rosalía y su gente deberían estar ya en el backstage del escenario. Es urgente. — 

 

— Vale. Le doy la vuelta a la furgo y que vengan. — le dije encendiendo el motor y luces para posicionar el vehículo  en un sitio donde pudieran subir. No tardé nada en hacerlo y vi a mi jefa hablando con el grupo apuntando hacia mi. Inmediatamente se acercaron. Sabía que entre esas personas estaba la famosa Rosalía pero como ahora iba vestida normal, y nunca le había visto la cara, no sabía cual era ella. Me hubiera gustado haberla saludado ya que a pesar de no saber quien era hasta ahora, el resto de mi familia sí la conocían. Mi hermana me contó que tenía una amiga que a su vez también era amiga de la famosa cantante y pensé que sería una buena manera de establecer una conversación, pero la oportunidad no apareció ni por asomo.

 

Salimos del área VIP. En el asiento del pasajero iba una mujer que parecía ser responsable de la logística y estaba muy nerviosa. Acercándonos ya el escenario con algunas de las montañas de basura en la calzada que ya llegaban al metro y medio, había poco espacio para toda la cantidad de gente que caminaba en nuestra misma dirección. Esto me forzaba a conducir lentamente y con mucho cuidado, lo que hacía que la mujer sentada a mi lado se pusiera cada vez más nerviosa. Yo sabía que iban tarde, pero bajo ninguna circunstancia iba a forzar la situación. Las posibilidades de atropellar a alguien accidentalmente eran muy altas. Lo máximo que hacía era dar las luces altas todo el rato y la gran mayoría se giraba al verlas y se apartaban. Pero todo como a cámara lenta, cosa que hizo que la mujer sentada a mi derecha me dijera en voz alta:

 

— ¡Pítales y ve más rápido!. ¡Que se hagan a un lado, joder! — 

 

Disminuí la velocidad aún más y le dije, — Aquí y ahora yo soy el responsable y soy el que decide cómo conducir. —  No me dijo nada más.

Llegamos bien al escenario y se bajaron todas rápidamente. En ningún momento supe cual de todas era Rosalía. Tampoco es que tuviera mucho interés. Solo deciros que años más tarde y pocas semanas antes de escribir este relato, caminado por la calle de Fuencarral en Madrid, mi mujer que sabe lo poco que me interesan los famosos, me dijo:

 

— Mira el cartel ese. —  apuntando a un cartel enorme encima de un edificio con un anuncio de Coca Cola. En él había una mujer joven, bastante guapa que era la imagen principal del anuncio. — Esa es Rosalía. — me dijo.

una aventura musical

Me detuve en medio de la calle y me quedé mirándola. Era la primera vez que le veía la cara. Mi cuñado me soltó un chiste acerca de detenerme a mirar mujeres guapas, así que le conté que nunca la había visto antes pero que había “trabajado” con ella.

Salí del backstage del escenario principal y volví avanzando con mucho cuidado entre el mar de gente a la zona VIP a buscar a Brockhampton, pero al llegar no los encontré. Alguien les había bajado al hotel. Me acerqué a la oficina y esperé a los siguientes pasajeros. Al volver de Bilbao un chico que conducía la furgoneta de las maletas e instrumentos de los músicos se acercó y me dijo, 

 

— Brockhampton te estuvieron buscando para que les bajaras — Como respuesta le conté lo de Rosalía.

— Pues no encontraron a nadie que les bajase, así que lo hice yo. — 

 

— ¿En tu furgo? Pero si no tiene asientos. — le dije sorprendido.

 

— No les importó. Cada vez que pasabamos por un bache era el descojono general. Me dijeron que fue muy divertido. — me contestó. — Te esperaron lo máximo que pudieron. Querían despedirse. — 

 

Me dió pena no poder haberlo hecho. Sobre todo porque ocurrió por llevar a alguien a la cual solo pude verle la cara en un cartel años después. Hubiera preferido bajar a Brockhamtom y charlar un poco más con Will.

Epílogo

Fue una experiencia inolvidable que casi repito cuando en el 2022 me llamaron para ver si me interesaba el trabajo ya que habían tenido buenos comentarios por parte de mis pasajeros. Pero estaba ya trabajando de informático en un proyecto que no podía dejar y rechacé la oferta. Todavía tengo dudas de haber acertado con mis prioridades. Un trabajo que desde el punto de vista económico se paga muy mal, pero con un lado humano que no tiene precio. Si alguna de vosotras o vosotros tenéis la oportunidad de conocer el mundo de los grandes conciertos por dentro, os lo recomiendo. Es un universo aparte que vale la pena vivir.

Mis agradecimientos por todo el apoyo y primera lectura a Loreto Alonso-Alegre y a Dolores Póliz por esa edición que da un toque de perfección al relato. 

 

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Alejandro.

Comentarios
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3 Comments

  1. Iratxe

    Gracias por compartir tu experiencia, muchas veces nos preguntamos cuánto trabajo hay en esos momentos en los que otros están perdiendo la cordura.

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  2. Dolores

    Una aventura que no mucha gente puede vivir. Me ha gustado mucho.

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  3. Ximena

    Muy entretenido, no he podido parar de leer, hasta terminar !!!!me ha gustado mucho la experiencia.

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