Año Nuevo en Nottingham

Un destino inesperado

Llegué a la parada de autobuses de Victoria Station con tiempo de sobra. Tenía que ir a Birmingham porque mi familia se había marchado a pasar el Año Nuevo con amigos allí. A mí me tocaba viajar en autobús, y para entretenerme me llevé el segundo tomo de “El Señor De Los Anillos – Las Dos Torres”. Sabía que cada vez que me ponía a leer, el tiempo se me esfumaba, así que procuré sentarme cerca de la dársena donde normalmente aparcaba el autobús número 132.

Hacía un frío que pelaba y no había sala de espera, pero como no era la primera vez que viajaba, me acomodé en un banco, abrí mi libro y me sumergí en la historia. No llevaba ni dos páginas cuando oí el rugido de un motor. Guardé el libro con prisas, me levanté y, con cara de pasmado, vi cómo un autobús salía de la estación tan tranquilo.
—¿Pero ese no era el 132? —murmuré, perplejo.
¿De verdad había llegado, parado y salido sin que me diera cuenta? Vale que me concentro bastante cuando leo, pero esto me parecía de récord. Me acerqué al panel de horarios y descubrí que el siguiente bus era el 152, que pasaba en 45 minutos. Fruncí el ceño y pensé: “Empieza bien el día…”

Me resigné a esperar, y para que el tiempo volara, volví a leer. Efecto inmediato: me entró hambre a mitad de capítulo. Decidí comprarme una chocolatina en la máquina expendedora. Tardé unos minutos en elegir (porque aquello era como una tómbola de dulces) y, al volver, miré el gran reloj de la estación.
—¿Cómo que ha pasado hora y media? —pensé, flipando.
Al parecer, un 152 había pasado por allí sin que yo lo viera. Me acerqué de nuevo al panel, aguantándome la risa por no llorar, y vi que en una hora llegaría el 150. “A la tercera va la vencida”, me dije, aunque empezaba a pensar que estaba gafado.

un destino inesperado
Para no aburrirme, ideé un sistema infalible: leer un párrafo y levantar la vista para vigilar la entrada de autobuses. Estaba en plena batalla del Abismo de Helm, justo cuando los orcos volaban una pared, cuando levanté la vista y vi un autobús que anunciaba “180 – Birmingham”. ¡Al fin! Pero justo detrás venía otro, el 150, cuyo cartel decía “Leicester”. Pensé: “No me la lío más, me subo al 180, que en su letrero pone Birmingham”.

Me acomodé en el asiento D5, convencido de que al fin había acertado. Sin embargo, vi al conductor cambiando cosas en la pantalla y revisando billetes. Cuando llegó a mí, me dijo en inglés:
—Este billete es para Birmingham.
—Claro —le respondí—, es lo que pone en el autobús.
—Ese era el viaje anterior —me explicó—. Ahora vamos a Leicester. El bus de Birmingham es ése que está saliendo de la dársena.
Miré por la ventanilla y vi, con horror, cómo el autobús correcto se alejaba. El conductor del 180 intentó avisar a su compañero, pero éste ni se inmutó.
—Lo siento, tendrás que esperar al próximo. Es el último de hoy.
Bajé con cara de “tierra, trágame”. Podía oír mi mala suerte cantando una conga a mi alrededor.

Me quedaban dos horas para el último autobús del día, así que, para asegurarme, puse la alarma en mi viejo Casio Digital. No había leído mucho cuando me dieron ganas de ir al baño. Guardé todo y me fui al Victoria Center, donde los servicios estaban decentes. Justo en plena “faena”, sonó la alarma. “Eso es imposible”, pensé. Pero claro, Gandalf ya había llegado con Éomer y los Jinetes de Rohan en el este al amanecer, así que claramente había pasado el tiempo. Salí corriendo, pero llegué solo para ver el último autobús desaparecer por la salida principal.

Me quedé ahí, mirando la salida como si con mi mirada pudiera detener el autobús. “Soy un genio”, pensé. Había batido mi propio récord de perder autobuses. Resignado, me fui al Market Square a coger el 77C de dos pisos para volver a casa. Preparé un bocadillo, puse Channel 4, y me relajé viendo Dark Star, con la famosa conversación con la IA de Bomba #20 y el capitán.

Cuando al otro día me levanté, salí a comprar provisiones a la tienda de la esquina. Mientras pagaba, una chica guapisima de aspecto hindú, acento de Nottingham y sonrisa de infarto se me quedó mirando:
—¿Al final no conseguiste llegar a Birmingham, verdad?
La miré como si me hubiesen leído la mente, pero ella se echó a reír.
—Ayer tuve que ir y volver de Leicester y te vi cuando te subiste al autobús equivocado —comentó, tratando de contener la risa.
Me quedé atónito durante unos segundos y luego pensé: “Qué cosas tiene el destino”. Al final, el Universo sí que estaba de mi lado, aunque fuera de forma algo retorcida.

Fin.

 

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Copyright Alejandro Ahumada Avila