El Olvido Transparente

El sonido del trueno retumbó por toda la estación y le trajo de vuelta. No había visto ningún rayo, pero estaba inmerso en sus pensamientos y le hubiera pasado desapercibido. Lo que sí notaba era la lluvia que caía sin cesar. Se había arriesgado al salir de su casa, en las afueras de Solares, cuando vio el cielo de un gris oscuro, pero pensó que en bicicleta llegaría a la parada del tren antes de que le pillara la lluvia. Se equivocó y no era la primera vez que le pasaba. Estas torrenciales tormentas de verano eran cada vez más frecuentes por culpa del cambio climático, así que hace ya tiempo había optado por tener una muda en el trabajo, aunque eso no quitaba la incomodidad de estar esperando el tren todo empapado. Llegó a la hora esperada, cosa que agradeció, así como entrar en el ambiente seco del vagón.

Cuando salió de la estación de Santander, empujando su vieja bicicleta, la lluvia ya había bajado el ritmo, aunque el suelo aún brillaba de humedad. Siempre la misma fiel compañera. Sin baterías, sin pantallas, sin cables que la conectaran a nada más que a sus piernas y a su voluntad. Solo engranajes y ganas. Últimamente, las ganas costaban más. Cada vez que subía la cuesta de Solares, se decía que quizás no vendría mal una ayudita eléctrica. Pero, por ahora, esta le servía.

Avanzó hacia el carril bici, esquivando charcos, cuando pasó junto a un pequeño quiosco de prensa. La caseta, con su toldo desgastado por el sol y la lluvia, tenía la persiana a medio subir. Un par de clientes curioseaban las revistas en el expositor mientras el dueño, un hombre de manos curtidas, organizaba los periódicos del día en pilas ordenadas.

Información manipulada

Los titulares grandes y llamativos captaron su atención. En primera plana, en letras gruesas y negras, “ELECCIONES GENERALES EN NOVIEMBRE”.

Bufó sin querer. ¿Otra vez? Ya había asumido que tendrían al menos un año de respiro.

El quiosquero le miró de reojo, como si hubiera notado su reacción. Miguel bajó la vista y siguió caminando, pero no pudo evitar que la sensación de hartazgo lo acompañara. Los mismos nombres, los mismos discursos de siempre.

Intentó recordar la última vez que había escuchado a alguien hablar claro sobre lo que realmente le preocupaba. El clima, las lluvias que llegaban cuando querían, los veranos cada vez más locos. Sabía que había un partido que hablaba claramente de estas cosas, pero se le escapaba el nombre.

El viento sopló y pasó página en uno de los periódicos del expositor, como si estuviera invitándolo a leer más. Miguel dudó un segundo, pero siguió su camino.

“Quién sabe si en unos meses no pasará lo mismo con lo que ahora parece importante.”

—Hombre, Miguel, veo que te pilló el chaparrón.

Se giró al oír su nombre. Era Pablo, un compañero de trabajo del hotel.

—Ya ves. Las lluvias de verano son cada vez peores —le contestó sonriendo.

—Sí. El tiempo está loco, pero siempre ha habido años malos.

—Pero antes teníamos un respiro entre año y año. Ahora parece que ya son todos así de extremos —le contestó.

—Eso parece— le contestó deteniéndose un segundo como si iba a comentar algo más, pero le dijo, 

—Bueno, te dejo, que quiero tomar un café antes de empezar el curro. Nos vemos allí.

Miguel subió a la bicicleta y pedaleó despacio. Las luces de los semáforos reflejaban su resplandor en los charcos, parpadeando como si intentaran recordarle algo.

 

Un mes más tarde, después de acabar el turno de mañana, decidió volver caminando a la estación. Era uno de esos días que invitaban a disfrutar del sol y el aire marino, así que tomó la ruta larga y cruzó la plaza Alfonso XIII para ver el mar.

Al llegar a la plaza, vio una carpa verde con banderolas decoradas con dibujos de girasoles. Con las elecciones en marcha, no tardó en imaginar de quiénes se trataba, así que se acercó para hacer algunas preguntas.

Esperaba encontrar un grupo de jóvenes al estilo de Greta Thunberg, pero la mayoría de las personas que leían o charlaban eran mayores que él.

Buscó información sobre cómo el cambio climático afectaba la vida de las personas de formas más sutiles que las lluvias torrenciales o las olas de calor extremo. Estaba absorto leyendo un pequeño libro cuando se dio cuenta de que alguien le hablaba.

Información manipulada

Se llamaba Gabriel y respondía sin titubeos a todas sus preguntas, incluyendo las relacionadas con la energía y la economía, con un tono ameno y fácil de entender.

No pudo quedarse mucho tiempo, no quería perder el tren, pero se sintió cómodo con aquella gente y aquella charla. Ya sabía a quién votaría en las elecciones.

Unas semanas más tarde, el cambio ocurrió sin que Miguel se diera cuenta de inmediato. Al principio, todo parecía igual. Volvió a pasar por la carpa, charló con la gente, hojeó algunos folletos… pero sin saber cómo, sin un momento exacto que pudiera señalar, dejaron de estar allí.

Los días pasaron y no volvió a coincidir con ellos. No se preocupó demasiado. Seguro que encontraría más información en internet y, de todas maneras, era verano y el hotel estaba a tope. Cuando llegaba a casa, estaba tan cansado que no tenía ganas de leer, y menos de ponerse a buscar cosas. Se sentaba frente a la tele y veía lo que fuera que estuviera puesto.

La política cada vez tenía más presencia en las noticias y en los programas de tertulias. Un día, casi sin darse cuenta, notó que faltaba algo. Nadie mencionaba a los Verdes. Podía ser porque eran un partido pequeño, pero no aparecían en ningún momento. Ni siquiera cuando se hablaba de las opciones políticas para frenar el cambio climático. Antes siquiera de pensar en buscar más información, se quedó dormido en la butaca.

Información manipulada

Al día siguiente, mientras sacaba la comida del táper para calentarla en el microondas de la sala de descanso, escuchó la conversación de sus compañeros. Hablaban de la tertulia de la noche anterior.

—¿Son los inmigrantes tan terribles? —la pregunta flotó en el aire y hubo miradas incómodas dirigidas a Mohamed, uno de sus compañeros.

—¿Son los hospitales privados realmente tan buenos como dicen?

—¿Se puede hacer algo para frenar el cambio climático?

—Yo creo que sí —dijo Miguel mientras se sentaba a la mesa, dispuesto a comer.

—No sé —respondió Juana—. Yo llevo años reciclando y comprando ecológico, y todo va a peor.

—El esfuerzo no puede ser solo individual. También hay que hacer cosas en el vecindario y obligar al gobierno a espabilar y ser valiente. Yo, por eso, voy a votar a los Verdes.

—¿Los Verdes? Pero si no se presentan a las elecciones —dijo Pablo.

—Son pequeños, pero sí se presentan. Yo les votaré no porque crea que vayan a ganar, sino por simple responsabilidad.

—Te juro que los Verdes no se presentan —insistió Pablo mientras sacaba el móvil, pulsaba un botón y decía—: IA, ¿qué partido verde se presenta a las elecciones generales de noviembre?

Una voz femenina con acento del sur respondió:

—Hola, Pablo. Lo siento, no tengo información de ningún partido verde que se presente a las elecciones.

—¿Lo ves? —dijo Pablo, mostrándole la pantalla.

—Pero si yo estuve hablando con ellos hace unas semanas. En Cantabria se llaman Verdes Equo y me dijeron que sí se presentaban a las elecciones —respondió Miguel, sorprendido, mientras sacaba su propio móvil y abría la app de la IA—. Dime, ¿cómo se llama el partido verde de Cantabria que se presenta a las elecciones de noviembre?

La voz masculina de la IA respondió:

—No tengo información de ningún partido verde que se presente a las elecciones generales de noviembre.

—Pues vaya —murmuró Juana—. Yo les hubiera votado.

—Será que, como son pequeños y sin posibilidades, decidieron retirarse —dijo Pablo.

—O se han unido a otro partido más grande —añadió Mohamed—. No sería la primera vez.

La conversación le rondó la cabeza el resto del día. Había algo extraño en todo esto, pero no daba con qué. Durante los siguientes días, al ir o volver del trabajo, buscaba la carpa verde con el girasol de papel girando con el viento, pero no volvió a verla.

Pasaron las semanas, llegó noviembre y, con él, las elecciones generales. Ya había decidido votar al PSOE, solo por tradición familiar, igual que su abuelo y su padre lo habían hecho. El programa verde del partido dejaba mucho que desear, pero al menos estaban en el juego.

Caminó hasta el colegio electoral con el sobre y la papeleta que le habían dejado en su buzón en el bolsillo. Al entrar, vio que había una pequeña cola, así que se armó de paciencia y observó el entorno. Era un aula casi vacía, con varias mesas con urnas y a su lado unos cubículos cerrados con cortinas para quienes no llevaban el sobre desde casa.

Información manipulada

Vio a una mujer mayor acercarse a la mesa de papeletas, mirar un rato y coger una antes de entrar en el cubículo. Se acercó con curiosidad y buscó. Tardó un poco, pero en una esquina había un montoncillo de papeletas de Verdes Equo.

No se lo podía creer. ¿Le había mentido la IA?

Sacó su móvil, abrió la app y preguntó:

—¿Cómo se llama el partido ecologista que se presenta a las elecciones generales?

—Lo siento, no tengo información de ningún partido ecologista que se presente a las elecciones.

Se sorprendió. Con un tono enfadado que atrajo más de una mirada, le respondió a la IA:

—Tengo la papeleta justo frente a mí. ¿Cómo que no tienes información? ¿De qué me sirves entonces?

—Lo siento, Miguel, pero de verdad que no tengo información de ningún partido ecologista que se presente a las elecciones de hoy. ¿Seguro que hay una papeleta?

Miguel sintió un escalofrío. No era solo que la IA estuviera equivocada. Era que ni siquiera parecía considerar que pudiera estarlo.

Le iba a soltar algún improperio cuando la IA dijo algo sorprendente:

—Sospecho de algún error en el sistema. Te aconsejo que busques información en sitios que verifiquen sus datos.

La cola avanzaba. Rápidamente, cogió una papeleta de los ecologistas fantasmas, un sobre, y arrugó la que traía para no confundirse. Cuando llegó su turno, metió el voto de los Verdes en la urna. Apenas superaron los mil votos en toda Cantabria.

Normalmente, solo pensaba en política en época de elecciones, pero esta vez no se quitaba de la cabeza lo que había pasado. Había hecho caso a la IA y buscado sitios que verificaran los datos, pero no tenía claro qué significaba realmente “verificar datos”. Siempre pensó que eso era algo automático para buscadores, IAs y periodistas.

No confiaba en los periodistas, todos tenían sesgos partidistas. Los buscadores solo querían vender cosas. Y, como había comprobado, las IAs tampoco eran de fiar.

Pero quizá no era culpa de la IA. No era más que una herramienta, como un martillo o un cuchillo. Lo que decía, lo que omitía, lo que “sabía”, dependía de quienes la programaban.

Pero ¿qué había detrás de todo esto? ¿Cómo era posible invisibilizar a una organización entera?

Y, sobre todo, ¿por qué?

Lo segundo se lo explicó Marta, una amiga profesora de historia que conoció cuando trabajó como cocinero en un instituto años atrás.

—El problema de los Verdes —dijo ella— es que no solo proponen cambiar algunas políticas. Quieren cambiar la forma en que entendemos el mundo. No hablan solo de proteger la naturaleza, sino de cuestionar la obsesión con el crecimiento y el consumo. Y eso no encaja con el sistema actual.

—Pero si lo que dicen tiene sentido… —respondió Miguel.

—Para ti y para mí, sí. Pero para quienes manejan la economía, no. Casi todos los partidos —sean de izquierda, derecha o centro— asumen que la prosperidad se mide en crecimiento. Cualquier cosa que lo cuestione, como el decrecimiento o vivir mejor con menos, es vista como una amenaza.

—¿Y las grandes tecnológicas?

—Ellas no son solo empresas. Son las que controlan la información, lo que vemos y lo que ignoramos.

—Vale… pero, ¿cómo sabes todo esto? Parece sacado de una película.

Marta sonrió.

—Leo mucho —dijo—. Y sí, lamentablemente parece una película de ciencia ficción distópica.

Charlaron un rato más, poniéndose al día de amigos en común. Después, Miguel decidió dar una vuelta solo por Santander. Marta había quedado con alguien y no podía acompañarle. El sol calentaba mientras caminaba tranquilo, disfrutando de la tarde.

Decidió tomar algo en alguna terraza y tomó dirección a la plaza Pombo. Al entrar en una calle, escuchó música a lo lejos. Se acercó y vio en la distancia a un músico callejero, acompañado de su guitarra acústica y un pequeño altavoz con una potencia desproporcionada para su tamaño.

Información manipulada

Un pequeño grupo de personas escuchaba atentamente. Al terminar la canción, algunos dejaron dinero en la gorra que había en el suelo. Lo que había oído no sonaba nada mal, una mezcla inusual de folk sudamericano, norteamericano y cántabro. Una fusión extraña entre Víctor Jara, Marcos Bárcena y Bob Dylan.

El hombre cogió el dinero de su gorra y se preparó para una nueva canción. Miguel no era músico, pero siempre le había gustado la guitarra y estaba disfrutando de cómo el otro practicaba algunos acordes antes de empezar y presionando con el pie unos botones, aparecía el sonido de instrumentos de fondo o acompañamiento.

No sabía que aquel momento quedaría grabado en su memoria por años, por una letra que encajaba perfectamente con todas las dudas acerca de la IA y conversaciones que había tenido con Marta.

—Esta canción se llama “La Voz y la Verdad“, y va dedicada a todas las personas que amáis la vida y la libertad.

El hombre comenzó con los acordes, y la guitarra cobró vida con energía, abriendo paso a una voz melódica y tranquila, pero llena de fuerza. Un timbre que nuevamente le recordó al “Bob Dylan chileno”, Víctor Jara, pero con el ritmo envolvente del folk cántabro de Marcos Bárcena.

La Voz y la Verdad

by Alejandro Ahumada + SUNO | El Olvido Transparente

Dale al “PLAY” para escuchar la canción.

Nos dieron pantallas, nos dieron control,
nos vendieron un mundo en un solo clic.
Nos llenan de datos, nos dan la versión,
pero nunca nos dicen qué hay más allá.

Las voces se apagan, el eco se va,
lo que no se nombra, no vuelve a sonar.
Construyen un muro de falsa verdad,
pero el viento susurra lo que hay que cantar.

Ríe, canta, ven a bailar,
que la vida se vive al hablar.
El café con amigos es revolución,
nuestra voz es más fuerte que un servidor.

Nos roban los datos, nos dan su versión,
dicen que piensan por ti y por mí.
Pero en cada esquina hay alguien que ve
que la vida es más libre sin su red.

Si todo está escrito en un solo guion,
las historias se vuelven de un solo color.
Pero en cada plaza, en cada canción,
se despierta el eco de nuestra razón.

Ríe, canta, ven a bailar,
que la vida se vive al hablar.
El café con amigos es revolución,
nuestra voz es más fuerte que un servidor.

No somos datos, no somos red,
somos historias que hay que entender.
Las calles susurran lo que hay que escuchar,
no en un código, sino en nuestra verdad.

Ríe, canta, ven a bailar,
que la vida se vive al hablar.
El café con amigos es revolución,
nuestra voz es más fuerte que un servidor.

El músico alzó la voz en el último estribillo y, sin darse cuenta, Miguel también lo estaba cantando. A su alrededor, otros se unieron. No era solo una canción, era un eco de algo más profundo, algo que habían olvidado que aún existía.

Cuando las últimas notas se desvanecieron, un silencio extraño se extendió antes de que alguien rompiera el hechizo con un aplauso.

No lo podía creer. Un músico callejero entendía perfectamente lo que él apenas había comenzado a sospechar: que la información no era libre, que las grandes empresas tecnológicas filtraban lo que veíamos, lo que sabíamos, lo que creíamos.

Se estremeció. ¿Hasta qué punto controlaban la verdad?

Pero, al mismo tiempo, sintió alivio. No estaba solo. Había personas que aún podían ver lo que pasaba y lo explicaban con música, con alegría, con emoción.

Se asustó, pero también se alegró.

Debía involucrarse.
Debía actuar.
Debía bailar.
Debía charlar.

Debía hacer algo.

Y sin pensarlo, supo exactamente qué.

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